Columnas

Capitalismo, androides y otras razones para perder el sueño

Escrito por Anahí Gómez Zúñiga | 29 agosto 2024

 

Sueño per cápita & wonderful productions, cambio y fuera

Ayer me dio insomnio y, por esas cosas raras de la vida ―como diría Julio Jaramillo―, decidí leer Sueño per capita & wonderful production, un libro que me regaló una amiga hace algunos días.

Es un poemario donde la autora, Maricela Guerrero, explora las múltiples razones que nos dejan sin dormir en un mundo precarizado, violento y angustioso como el nuestro. También repiensa al sueño en sus múltiples formas; por ejemplo, por un lado explora el insomnio, pero también se sumerge en la capacidad de soñar que el capitalismo nos arranca poco a poco, a fuerza de cansancio y explotación.

¿Qué queda entonces? En medio de todo el caos, de un montón de cerebros agotados y Whatsapp atiborrado de mensajes, Maricela recuerda que sobreviven los cuerpos, sus sensaciones, las amistades, el esperado 4.20, los chistes, las citas de Tinder, el arte, los amores e incluso los recuerdos dolorosos de quienes se fueron. 

Queda experimentar todo lo erróneas que somos. Y a veces, cuando tenemos suerte: dormir. 

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En el grupo de WA que tengo con mis compañeras de trabajo enviaron un "meme" que decía: “Acéptalo, no es normal que solo te queden tres horas libres al día y estas sean a altas horas de la noche”. 

Pensé en lo mucho que me desvelo para hacer alguna otra cosa que no tenga que ver con trabajar. En todas las horas de sueño que me arrebato para leer, pintarme las uñas, ver una peli o hacer cosas básicas como lavar los trastes. 

Mientras debrayaba sobre esto, me acordé de In Time (El precio del mañana). Seguro la recuerdas porque es una cinta donde aparece Justin Timberlake. Trata de un mundo donde todas las personas tienen un reloj incrustado en el cuerpo y pueden ver las pocas horas que les quedan de existencia. Para obtener más tiempo deben trabajar o robarlo. Una metáfora sádica de lo que vivimos ahora, siempre a contra reloj.

Trabajamos para tener una mejor vida, pero los días pasan, desaparecen tras la luz artificial de una oficina o una fábrica. Tener tiempo libre es un privilegio. Dormir suficiente es un privilegio. Y no debería ser así.

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En Sueño per capita & wonderful production, Maricela escribe:

“Parecería que la sociedad y sus estímulos determinan sobre
todo la hora de acostarse y que el reloj interno del cuerpo fija
la hora de despertar.
Y hay un déficit, una faltita; porque por encima de los relojes internos, están los externos:
El reloj del pago de la renta
el reloj de la entrega
el reloj del compromiso
el reloj de la alarma
el reloj del checador
el reloj biológico-social
¡Un kamasutra de relojes para el mundo!”

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Leí un artículo que habla del “desvelo por venganza”. Una práctica que llevan a cabo muchos trabajadores jóvenes en China. Consiste en no dormir para arrebatarle al sistema algo de tiempo libre que les permita hacer cualquier cosa, incluso ver una serie de televisión.

En el texto se lee:

“Un hombre de la provincia de Guangdong, escribió que durante la jornada laboral él le pertenecía a otra persona y que solo podía encontrarse a sí mismo cuando llegaba a casa y podía acostarse. Esta venganza de postergar la hora de dormir es triste, escribió, porque su salud está sufriendo, pero también es genial”.

Es un fenómeno extendido. Al menos muchas personas de mi círculo lo practican, igual que yo, simplemente no sabía que tenía un nombre específico. Resulta, nuevamente, que lo personal es político, que en medio de la hiperproducción apostamos por no dormir, por extender el cansancio con tal de tener un cachito de algo parecido a la libertad. 

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Blade Runner es el nombre que se le dio a la versión cinematográfica de un libro de Philip K. Dick llamado: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Y es que se supone que los androides no duermen. Pero soñar es algo cada vez más limitado en este mundo, entre humanos. La otra vez me apareció el video de una entrevista donde le preguntan a un señor cuál era su mayor sueño. Él simplemente responde que no vale la pena decirlo, que no le gusta pensar en eso o angustiarse con esas ideas.

Y duele. Duele saber que las ensoñaciones también son un privilegio. Quiero decir: ¿Cuántas personas se pueden dar el permiso de soñar? ¿Hasta dónde nos dejamos fantasear?

El límite de nuestros sueños también está marcado por la clase y un montón de narrativas, de ficciones que llevamos encarnadas.

Los androides quizás no sueñan con ovejas eléctricas. Las personas tampoco, o cada vez menos. La línea divisoria entre robot y humano es cada vez más abstracta.

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I have a dream, dijo Luther King cuando todavía no imaginaba siquiera este mundo hiperconectado donde la mayoría duerme apenas lo necesario para mantenerse funcional, es decir; para producir lo mínimo indispensable sin ser despedido.

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Me gusta soñar con que ya nada nos quita el sueño de esta forma tan voraz.