Contenido

Flor Garduño en Bellas Artes: una ventana a lo innombrable

Escrito por Anahí Gómez Zúñiga | 28 marzo 2024

 

Descubrí que la vida era más de lo que soy capaz de ver, cuando conocí la obra de Flor Garduño

Toda fotografía es un memento mori. Hacer fotografía es participar en la mortalidad de otra persona (o cosa), en su vulnerabilidad, su mutabilidad
-Susan Sontag.

Hoy, al fin, me atreveré a hacer lo que me imagino que se espera de una columna cultural: te voy a recomendar una exposición. Recientemente el Museo del Palacio de Bellas Artes anunció la apertura de Senderos de vida, un espacio temporal para exhibir la obra de mi fotógrafa preferida: Flor Garduño. La exposición estará abierta al público hasta el dos de junio y aquí te voy a contar todas las razones por las que sería una gran idea que aproveches las vacaciones de Semana Santa para ir a verla. 

Primero te daré un poquito de contexto. Flor Garduño nació en la Ciudad de México, en 1957. Estudió en la academia de San Carlos, donde fue pupila de Kati Horna. También fue aprendiz del increíble fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, a quien asistió en el revelado de su obra.

El trabajo de Garduño le ha dado la vuelta al mundo, y no es en vano. Cada que me paro frente a una de sus fotos, siento que mi cuerpo se vacía, que dentro de mí solo hay espacio para las imágenes de Flor, para sus figuras que se instalan como fantasmas, como espectros de algo que pareciera existir solo en la ficción. 

Las piezas de Garduño juegan con lo nebuloso, con una mirada surrealista que se planta en el mundo para enseñarte que lo mínimo puede ser ostentosamente bello. Que cualquier cosa es el vehículo para mostrarte un mundo otro. Yo diría que Flor Garduño es capaz de materializar la vida oculta de las cosas, de los lugares, de las personas; esa vida otra que parece lejos de tan poética, de tan plagada de magia.

Pienso ahora que “poesía” es la palabra que mejor describe la obra de esta artista. Y eso me hace pensar en las múltiples formas de la poesía. Las imágenes de Flor son un blanco y negro que se sumerge constantemente en el dolor, en la angustia de la existencia, en lo lejano, en lo solo, en lo que se rompe y nunca se encuentra, per también en lo ritual, en el goce, en la alegría de un grupo de niños que juegan tirados en el suelo.

Del trabajo de Flor me trastorna su capacidad para captar instantes que simplemente te aprietan los sesos y recorren tu cuerpo con su electricidad. En cada fotografía son evidentes sus 40 años de carrera, la fineza de su mirada. 

Te confieso que salí de esa exposición con la certeza de que algo esencial me había sido revelado, algo tribal que no soy capaz de nombrar, pero que todavía lo siento aquí conmigo. 

Mientras miraba sus fotografías sabía que ellas me observaban también y me abrían y me mordían y me acariciaban y me abrazaban y me decían: "Quédate quieta, que la vida es esto, este sube y baja, esta multiplicidad de formas, este silencio, esta transformación de lo oscuro". Y yo, obediente, solo me planté ahí, frente a cada pieza, sabiendo que me hacía pequeñita mientras mi corazón se expandía. Sin lenguaje. Sin fuerzas. Atónita frente a la obra de Garduño. 

Ahora sé que cuando muera quiero transformarme en una de sus fotos. Y quedarme así, quietecita, en una pared de Bellas Artes, segura de que alguien se parará frente a mí y sentirá cómo un mundo nuevo le crece en el vientre. 

Sólo me queda decir: Gracias, Flor. 

**

Si quieres saber más sobre la expo, te invito a visitar la página del Museo del Palacio de Bellas Artes.