Saltar al contenido

Reivindico mi derecho a ser un monstruo: la rebeldía de abrazar nuestra anormalidad

Reivindico mi derecho a ser un monstruo-la rebeldía de abrazar nuestra anormalidad

 

Parte 3*: Relatos sobre locura y otras formas de estar en el mundo

La otra vez un amigo me preguntó: ¿Qué tiene de malo ser tú? Para ser honesta, todavía no estoy segura de por qué me cuestionó eso. Me sentí profundamente vulnerable. Y me asustó comprender que mi lenguaje o mis acciones todavía cometen ciertos deslices que les muestran a las personas los miedos que me habitan acerca de ser yo misma.

Si tú también eres neurodivergente, no me dejarás mentir, pero una de las cosas más complejas es aprender a mirarte más allá de tu diagnóstico, no culparte cuando no estás bien, dejar de sentir vergüenza por quien eres, por eso otro que te habita y que nunca se hace fácil nombrar. 

Pues bien, en mi caso, la idea de “la anormalidad” me persigue, me angustia. Y por eso escribo este texto. No me interesa romantizar el dolor de la locura o la neurodivergencia. Lo que quiero es compartir contigo los relatos que me han sostenido para sobrellevar esto de una forma que me haga mirarme desde un lugar de fortaleza y no de falta.

Por ejemplo, las teorías alrededor de la monstruosidad me dan mucha luz sobre mí misma. Pero, para llegar hasta ese punto, me parece importante mencionarte cómo nació la psiquiatría, una ciencia que históricamente nos ha patologizado; una ciencia que ha permeado la visión generalizada sobre eso que llaman “enfermedades mentales” y que nos ha puesto a nosotras, sus diagnosticadas, en un lugar de silencio, de profunda incapacidad.

Pues bien, para mi eterno amor filosófico, Michel Foucault, la psiquiatría es una poderosa institución creada para limpiar el cuerpo social. Es decir, se trata de un instrumento para controlar a todos aquellos que muestran algún rasgo de anormalidad. Por eso no debe sorprendernos que la homosexualidad fuese considerada como una enfermedad mental hace tan solo 34 años, que tantas personas no heterosexuales fueran encerradas en manicomios y tratadas como criminales. Y es que, desde el nacimiento de la psiquiatría, la locura se ha concebido como eso: un acto criminal que debe ser castigado, recompuesto, miles de veces a costa de la dignidad de las personas.

Sobre esto, el académico Adolfo Vásquez Rocca, explica: “Es necesario puntualizar que la psiquiatría necesitó y no dejó de mostrar el carácter –específicamente– peligroso del loco en cuanto tal, esto es, que desde el momento mismo en que empezó a funcionar como saber y poder dentro del dominio general de la higiene pública, de la protección del cuerpo social, la psiquiatría siempre procuró reencontrar el secreto de los crímenes que amenazan habitar cualquier locura, el núcleo de la locura que, sin duda anida en todos los individuos que pueden llegar a ser peligrosos para la sociedad. Fue, pues preciso que la psiquiatría, para funcionar como disciplina reguladora de la normalidad, a partir de la cual se organiza el poder sobre la vida, estableciera la pertenencia esencial y fundamental de la locura al crimen y del crimen a la locura”

Basta con leer relatos como los que hace Sylvia Plath en su novela autobiográfica La campana de cristal o Kate Millet en Viaje al manicomio para comprender un poquito el horror de los manicomios y el temor a las lobotomías o las terapias electroconvulsivas (que, por cierto, se siguen practicando en la actualidad, aunque parece algo del siglo pasado, ¿no?).

En fin, la cosa es que, con la llegada de la psiquiatría, se instaura la figura del “anormal”, es decir, aquel que rompe con todas las reglas de la normalidad y la buena ciudadanía, el enfermo. El loco, por supuesto. Aquí es importante señalar que, de acuerdo con Foucault, el “anormal” es el sucesor del “monstruo”, por eso la monstruosidad sigue habitando en el centro de la locura.

Ahora me interesa contarte sobre la teratología, que es la ciencia que estudiaba la monstruosidad, nacida en la Francia del siglo XIX. Se trataba de una conjunción entre la anatomía comparada y la embriología reformada. Posteriormente, se da paso a algo llamado “teratopolítica”, que es una forma de pensar en cómo la monstruosidad irrumpe en lo político y, sobre todo, en cómo el poder, el sistema, se encarga de “hacer monstruosidad”. Esto significa que se crean narrativas donde ciertas personas representan lo monstruoso y así se justifica su posterior eliminación. 

La pensadora Andrea Torrano afirma que: “La monstruosidad es entendida como una categoría política que permite dar cuenta de la consideración de ciertas vidas como monstruosas y, de este modo, justifica las políticas de neutralización, marginalización y muerte”. Entonces, el miedo profundo a los anormales no es un acto natural, sino construido por las narrativas psiquiátricas y patologizantes que se cuelan en lo más profundo de nosotras porque son las que nos enseñan desde pequeñas, son las que nos educan para tener miedo de nosotras mismas, de nuestras emociones. Las que nos señalan como locas, por lo tanto como enfermas y anormales cuando nos enrabiamos. Las que nos adiestran para contenernos, ahí sí, hasta la enfermedad. 

Tal vez ahora te preguntes: ¿Dónde está la potencia en tanta persecución, en tanta muerte? Pues bien, el filósofo italiano Antonio Negri señala que el monstruo tiene una capacidad profunda de romper, de movilizar afectos y afectaciones, de poner en jaque las normas, de escaparse a las ataduras del sistema. Para él, la sola existencia del monstruo pone a temblar la tierra, es una rebeldía. Es el monstruo, entonces, el que escapa a la domesticación, el que logra vislumbrar otros caminos, el que pone sobre la mesa la posibilidad de existir más allá de la norma, de andar por el mundo con pasos distintos.

En el artículo Zombis y cyborgs. La potencia del cuerpo (des)compuesto, José Platzeck y Andrea Torrano, aseguran que: “Consideramos que estas nuevas ontologías del cuerpo lejos de debilitar a estos cuerpos, les otorgan la posibilidad de resistir y  transformar las relaciones de poder establecidas. En este sentido  retomamos la pregunta spinoziana: ¿qué puede un cuerpo?, específicamente, ¿qué puede un cuerpo monstruoso?, ¿cuál es la potencia del monstruo? Los cuerpos monstruosos vendrían a disputar las formas de vida que son puestas en juego en la política”. Y más adelante agregan:  “El monstruo debe ser apresado por el poder, sea para destruirlo o controlarlo, pero, no obstante, el monstruo parece siempre escapar al biopoder, resiste a la norma y la normalización”.

Reitero que, con esto que te comparto, no busco romantizar la neurodivergencia o la locura, lo que quiero es poner sobre la mesa estas otras formas de mirar; lo que quiero es asomarnos juntas a esa otra versión donde nuestra forma de existencia no es un error, sino una potencia; donde abrazar nuestras rarezas y monstruosidades es un camino para romper con tanta asfixia. Para sabernos aunque sea un poquito más libres. Y, como diría mi amada Susy Shock;

"Reivindico mi derecho a ser un monstruo
y que otros sean lo Normal.
El Vaticano Normal.
El Credo en dios y la virgísima Normal.
Los pastores y los rebaños de lo Normal.
El Honorable Congreso de las leyes de lo Normal.
El viejo Larousse de lo Normal.

Yo sólo llevo las prendas de mis cerillas,
el rostro de mi mirar,
el tacto de lo escuchado y el gesto avispa del besar".

 

*Consulta:

Relatos sobre la locura y otras formas de estar en el mundo (parte 1).

Relatos sobre la locura y otras formas de estar en el mundo (parte 2).

Comenta, comparte, conecta