Columnas

¿Le debo mi felicidad a mi infancia?

Escrito por Alexis Alanís Gómez | 29 abril 2024

 

Esta etapa de desarrollo determina nuestra adultez

Si hay algo que tengo claro es que la cuna de la felicidad es la infancia. Nuestra etapa como niñas es crucial para nuestro desarrollo como adultas funcionales. Y es que, sin afán de sonar cursi o exagerada, creo fielmente que cuando somos pequeñas, cada experiencia -buena o mala- moldea nuestra visión del mundo y nuestra capacidad para ser felices. 

Pero no sólo lo digo yo, varios estudios afirman que la niñez es una fase de intensa actividad cognitiva donde aprendemos a resolver problemas, formar nuestra identidad y autoestima y a construir nuestro sentido de confianza básica, interna y externa. 

Estoy segura de que uno de los privilegios más grandes que una persona puede tener es crecer con soporte emocional. Si tú como yo tuviste la oportunidad y la bendición de nacer y crecer en un entorno amoroso, probablemente cuando recuerdes tu infancia, lo harás sonriendo y agradeciendo. 

Algo que me hace mucho sentido y que no deja de sorprenderme es que en mis recuerdos más felices nunca aparece nada material. 

Claro que fui feliz cuando tuve la muñeca que quería o cuando mi papá me regaló mi primera bicicleta, pero nada me da más alegría que acordarme de los campamentos con mis primos, de las noches en las que jugábamos a adivinar películas con mímica, de las pijamadas en la casa de mi abuelita y de las decoraciones que armábamos todos juntos para Navidad. 

Las y los niños necesitan estar rodeados de amor, contención y tener la oportunidad de vivir esa etapa gozando de su única responsabilidad: ser felices. ¿Y cómo le hacemos si las experiencias de nuestra infancia no fueron las mejores o nos dejaron las tan mencionadas “heridas”? Es fundamental permitirnos sentir. Aceptar y procesar nuestras emociones, es el primer paso para “curarlas”. Buscar apoyo profesional también es esencial. 

Ya sea con amistades, familiares de confianza o profesionales de la salud mental. Compartir las experiencias que no son buenas o que se han cargado a lo largo de los años, puede ser increíblemente liberador. 

Y lo más importante: abraza y cuida a tu niña interior. A mí me gusta pensar que seguimos siendo pequeñas solo que ahora en un cuerpo más grande y con más responsabilidades. Tente paciencia, consiéntete y haz más de todo eso que te gusta, que te sorprende y que te alimenta el corazón. Trátate y cuídate como te hubiera gustado que lo hicieran cuando eras niña.