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Terapeuta en duelo

Terapeuta en duelo

 

¿Ignorar lo propio para atender a otras personas?

Hace ocho días mi abuelo falleció después de haber vivido una larga semana y media con dolor, incomodidad y con unas ganas inmensas de tomar unos últimos tragos de refresco.

Podría decirles que desde el día que ingresó al hospital por un cuadro severo de neumonía, toda mi familia y yo ya estábamos viviendo nuestro duelo, pero eso es mentira. Por cada mejora que tenía cabía la esperanza, por cada recaída, una derrota inminente.

Fue una cruel realidad toparme con personal de la salud física que, posiblemente con los años de práctica haya olvidado el ejercicio de la empatía. Cualquier “solución” que recibimos era puesta sobre la mesa como un “o muere así o muere de esta otra forma”. Yo y toda mi familia nos preguntamos, ¿quién le dijo al internista que sabíamos mejor que mi abuelo cómo partir de este mundo?

Fue durante uno de estos informes que recibí un mensaje de una consultante queriendo confirmar su sesión del día siguiente. De inmediato me regresó a otra arista de mi realidad: “Es cierto, ella también está viviendo algo que la reta”. 

Casi todas mis consultantes sabían sobre mi situación familiar, en mi cabeza recorría la lista de mensajes que mandé e incluso revisé mi conversación con esta persona, con el objetivo de querer comprobar que no había olvidado nada. Esa pequeña acción me hizo detenerme para repensar la forma en la que estaba llevando esa semana incierta, dolorosa y extenuante.

Muy equivocadamente se cree que estudiar sobre la humanidad nos dota de superpoderes que harán de escudo ante la vida. De hecho, mientras fui estudiante tuve varios profesores que consideraban antiprofesional mostrar algún tipo de emoción o incluso solidaridad con las personas que asistían a la Clínica de Salud Integral; lo mejor para ellos era que aprendiéramos a “separar nuestra vida personal del trabajo”.

Puedo entender el espejismo de tranquilidad que supone tener acceso a mucho conocimiento o la idea de que las estrategias nos salvarán de pasar por la experiencia humana completa cuando las estrategias, herramientas y propuestas de trabajo terapéutico se suman para poder expresar, más no suprimir, en este caso el dolor que se estaba gestando dentro de mí.

En mi entorno no había nadie que me dijera que debía olvidar lo que sentía para poder acompañar a otras personas, lo que me hizo agradecer la comprensión y el apoyo de cada persona que aceptó recorrer, cancelar y reagendar nuestras sesiones para otro momento. Su apoyo me reiteró que el espacio terapéutico es una co-creación entre la terapeuta y la consultante, lo que implica que desde ese lugar estamos en una práctica y reconocimiento constante de que esa otra mujer que les acompaña también atraviesa sus propias historias y experiencias que suman a la escucha. 

Durante este tiempo cuidarme a mí fue reconocer que “las etapas del duelo” son una pincelada de información, un panfleto que ayuda a ubicarnos, más no es una declaración escrita de lo que pasará con mis sentires. 

Autores especialistas en el duelo han reconocido la importancia de desnudarse frente al tema para saber que si releyeran lo que han escrito seguramente agregarían o quitarían etapas. Tal fue el caso de Elisabeth KÜbler-Ross y su último libro Sobre el duelo y el dolor con David Kessler

“Durante toda la vida me he dedicado a cuidar de los demás, pero rara vez he permitido que me cuiden a mí. [...] No finjo que comprendo mi sufrimiento y por eso me enfado con Dios. Estaba tan enfadada con Dios por llevar nueve años confinada en una silla que dije que hay una sexta etapa, la “etapa de ira contra Dios”. 

Elisabeth no llegó a ver el resultado final editado y listo para publicarse, y seguramente la relación con su duelo la hubiera llevado a agregar un capítulo más.

Finalmente, cinco días después de que mi abuelito se fue asistí a mi terapia y, mientras le compartía a mi terapeuta lo triste que es ver cómo cada rincón de la casa está y estará impregnado de recuerdos y de una extraña esperanza en escucharlo insistir para que me siente a la mesa con él y mi abuelita, pude ver cómo en sus ojos también se agolpaban las lágrimas. 

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