Por: Marisol Reyes
Desde su primera participación en los Juegos Olímpicos de 1936, México ha obtenido 14 de sus 77 medallas totales gracias a atletas vinculados con las fuerzas armadas. Aunque la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ofrece un respaldo económico significativo, este apoyo va más allá de suplir la falta de recursos de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade). La clave es entender por qué una institución militar considera esencial financiar el deporte y qué implicaciones políticas tiene que un atleta reciba respaldo de la Sedena en lugar de la Conade.
Más allá de la explicación superficial de que las y los atletas se unen a la Sedena por falta de apoyo, es crucial examinar la relación estratégica entre el deporte y el militarismo. Esta conexión ha sido utilizada para "causar altas", como destacó Luis Crescencio Sandoval, titular de la Sedena, pues en su mayoría el reclutamiento de deportistas al ejército ocurre con personas atletas ya destacadas que son cooptadas por militares durante competencias.
Por ejemplo, a la clavadista Gabriela Agudez la buscó Sedena después de su participación en los juegos Panamericanos de Lima 2019 y en conjunto con Alejandra Orozco en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 obtuvieron la medalla de bronce que les hizo merecedoras a un aumento a su sueldo como deportistas militares, aunque conservan su grado de “soldado auxiliar” o de “entrenador deportivo”.
La inclusión de deportistas de alto rendimiento en el ejército mexicano es una estrategia política destinada a representar a la institución como un símbolo de salud y de una sólida infraestructura deportiva nacional. Los logros y medallas internacionales obtenidos por estos atletas reflejan el prestigio y la capacidad de la nación en el ámbito deportivo, destacándola frente a otras naciones.
La inclusión de deportistas en el ejército mexicano no solo brinda visibilidad y prestigio a la Sedena, sino que también asegura que, tras su carrera deportiva, estas atletas se conviertan en entrenadoras e instructoras que inspiran a otros miembros de las fuerzas armadas. Este es el caso de María del Rosario Espinoza, la atleta olímpica mexicana con más medallas, quien está activa como subteniente auxiliar de educación física.
Este enfoque no solo motiva el alistamiento, sino que también mejora la imagen pública del ejército, presentándolo como una institución de ciudadanos ejemplares y suavizando su percepción como una entidad marcada por el monopolio de la violencia que en su pasado tiene presente la tortura, desaparición forzada y la represión de movimientos sociales.
Aunque las y los deportistas no empuñan armas, sí ostentan medallas y una afiliación a las fuerzas armadas que persiste más allá de su carrera atlética. Esta realidad revela una presencia militar, aunque no armada, que permea diversos aspectos de la vida cotidiana, evidenciando una militarización sutil, pero significativa que trasciende lo bélico, es decir, una militarización ideológica.
Esta estrategia no solo oculta el carácter represivo de las fuerzas armadas, sino que también convierte a las atletas en símbolos de orgullo y éxito. De este modo, el ejército utiliza la figura femenina para mejorar su imagen pública y consolidar su legitimidad, desviando la atención de su rol en la violencia y la represión.
Marisol Reyes es historiadora por la UNAM con maestría en Estudios de Arte por la UIA, se especializa en la investigación de prácticas artístico-políticas modernas y contemporáneas. Su trabajo abarca la docencia y la divulgación histórica a través de redes sociales, destacando un enfoque con perspectiva de género.