Las noticias de violencia contra mujeres se han sentido como bola de nieve. Primero nos enteramos de que la atleta africana Rebeca Cheptegei fue asesinada por su novio, quien presuntamente le roció gasolina y le prendió fuego, provocando quemaduras en más del 80 % de su cuerpo. Tenía dos hijas y era el sustento de sus padres.
Cheptegei será recordada por ganar el oro en el campeonato Mundial de carrera de Montaña y Trail en Chiang Mai de Tailandia 2022 y por participar en los Juegos Olímpicos de París 2024.
Luego nos impactó de sobremanera el caso de Giséle Pélicot, una mujer francesa que a sus 71 años se dio cuenta de que su esposo la drogó durante casi una década para que hombres desconocidos la violaran mientras él grababa los abusos.
Todo se descubrió luego de que unas chicas denunciaran a Dominique Pelicot por filmarlas por debajo de la falda, en un centro comercial. Al revisar los dispositivos del hombre, la policía encontró más de 4 mil fotografías y videos de Gisèle. Para colmo, el hombre también violentó a una de sus hijas, a quien fotografió desnuda, sin su consentimiento.
Mientras tanto, en México, también tuvimos que soportar los videos virales sobre las violencias ejercidas por Adrián Marcelo en el reality show La Casa de los Famosos, de Televisa, aún sin tener la intención y/o tiempo de sintonizarlo.
Adrián Marcelo se burló de la depresión de Gala Montes, criticó el cuerpo de Briggite Bozo, también participantes del reality, y en diversas ocasiones hizo comentarios machistas, sexistas y misóginos en su contra ¡que fueron vistos más de 13 mil millones de veces!, convirtiéndose en el programa de televisión mexicana más visto de la historia.
Los casos no paran, por el contrario parecen exacerbarse. Por eso es desgarrador, desesperanzador, angustiante, frustrante, doloroso y muy molesto enterarnos de este tipo de agresiones. Sin embargo, la solución no puede ser quedarnos calladas ante la violencia desbordada contra nosotras, no sirve ser indiferentes ante las agresiones machistas y misóginas que nos lastiman emocional y psicológicamente, esas que también nos violan, golpean y matan.
Dejar de escandalizarnos sería un síntoma de haber normalizado la violencia, voltear la mirada hacia otro lado sería aceptar nuestra realidad. Y no. Aquí toca oponerse a ello, nombrando las violencias, señalándolas, no aceptándolas, alzando la voz; ya lo dijo la activista polaca Rosa Luxemburgo, “lo más revolucionario que una persona puede hacer es decir siempre en voz alta lo que realmente está ocurriendo”.
No nos demos por vencidas, sigamos en resistencia y cerremos filas ante un sistema que nos quiere quebradas, sumisas, sin autonomía y débiles. Estoy segura de que cada avance, por pequeño que parezca, es un paso hacia un mundo más seguro, justo y equitativo.