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Chavela Vargas y Rosa María Roffiel: claves para amar a una mujer en voz alta

Escrito por Anahí Gómez Zúñiga | 13 junio 2024

 

Así deben de amar las diosas 

Yo conozco tu locura porque también es la mía
Somos locas rebeldes
locas de estar vivas
locas maravillosas
estrafalarias, floridas.
 
- Rosa María Roffiel. 

Escuchar a Chavela Vargas es un love language hacia mí misma. Me encanta tirarme en el suelo, escuchar su voz rasposa, sentir el peso de mi cuerpo en las baldosas frías e imaginarme en una película de Almodóvar. 

Cuando la oigo pienso instintivamente en Rosa María Roffiel, una de mis poetas favoritas y otra de esas mujeres que tuvieron el valor de pararse frente a un mundo patriarcal y lesbofóbico para decir: "Nuestras caricias desgranan la noche. La penumbra es un chal que nos cubre los hombros. Afuera, el viento vuela la historia. Bajo las sábanas, amor que pertenece al Cosmos, dos mujeres que se aman con un lenguaje secreto, alejadas del mundo. A pesar de todo”.

Te cuento que Rosa María Roffiel es una escritora mexicana conocida por ser una de las principales promotoras de la narrativa lésbica en Latinoamérica; además, su obra Amora, es reconocida como la primera novela lésbica y feminista en México. Rosa es, por mucho, una de las que se jugaron el pellejo, que confrontaron al odio, que asumieron la violencia de un mundo tan idiota como el nuestro con tal de abrir espacios para que otras mujeres nombrarán su amor.

“Hemos cumplido la sentencia / por osar mirarnos desnudas/ al espejo. / Corramos libres ahora”, dice Roffiel. “Que gane el quiero la guerra del puedo. Que los que esperan no cuenten las horas. Que los que matan se mueran de miedo. Que el fin del mundo te pille bailando”, canta Chavela. Y ambas me hacen pensar en la primera vez que me enamoré de una mujer, en cómo se enredaban en mis dedos sus cabellos, en cómo se le pegaba el chamoy de las micheladas en los labios, en esa forma suya de jalarme hacia su cuerpo y besarse a escondidas de nuestros amigos. En cómo nuestros encuentros terminaban en mi habitación mientras nos esforzamos por no hacer ruido para que mi familia no sospecharan de sudores y saliva.

Pienso en lo duro que fue mantenerme en silencio cuando mi papá hacía comentarios homofóbicos. En cómo hace apenas unos meses mi madre se enteró de esos otros amores que también me habitan, más allá de los hombres, más allá del mandato. 

Hace un par de semanas leí esta noticia en el portal de Human Rights Watch: “Tres mujeres lesbianas murieron y otra se encuentra en estado crítico en Buenos Aires, Argentina, luego de que un hombre arrojara un cóctel molotov en la habitación de una pensión donde se encontraban y quemara a todas las ocupantes, el pasado 6 de mayo. Una de las mujeres, Pamela Fabiana Cobas, sufrió quemaduras de gravedad y murió en forma casi inmediata. Su pareja, Mercedes Roxana Figueroa, falleció por falla orgánica dos días después, y presentaba quemaduras que le cubrían el 90% del cuerpo. Andrea Amarante murió hospitalizada el 12 de mayo”.

Y pensé en Chavela. Pensé en María. Pensé en Perri Rossi, en Odeth Alonso. En todas ellas, en sus palabras. En las otras, las que no escriben ni cantan, pero sí aman. Y aman con miedo. Este texto es solo un pésimo intento por evocar a las que se besaron en la calle en medio de las pedradas, las que pusieron su cuerpo en las ráfagas, las que abrieron el camino para que todas las demás ―bisexuales, pansexuales, lesbianas―, tarde o temprano, en medio de este torbellino, pudiéramos amarnos, tocarnos, sentirnos.

Que se avergüencen ellos, les digo. Que bajen la cabeza ellos. Que se callen ellos, los guardianes de la normalidad, los defensores de lo gris, de lo rancio, de lo que apesta y se echa a perder entre sus palabras huecas. Que se vayan ellos. Que se asusten ellos.

Nosotras subamos el volumen cuando suene Chavela. Cantemos las rolas de LP en voz alta. Amémosla a ella, a Marisol, a Karla, a sus senos, a sus labios, a sus ojos, a esa forma de tocar, de besar, de enredar sus piernas con otra que también tiembla. 

Y en voz alta también, recitemos los versos de Rosa María Roffiel:

“Sí, señoras. Sí, señores
No se asusten. No hay alarma.
Todo es simple en esta vida
Somos mujeres. Somos lesbianas.
Y, como ustedes, somos alma”.