Por: Linaloe R. Flores
Hace casi un mes que la población de Culiacán, Sinaloa, cerró las puertas de sus casas y se refugió de una intermitente lluvia de balas. Los sectores productivos se paralizaron y las clases fueron suspendidas. El terror se alimentó con noticias de bloqueos, apariciones macabras y la llegada de cientos de elementos de las Fuerzas Armadas.
Culiacán pasó de sus atardeceres entre ríos a la guerra. Tras las bambalinas de la tragedia, no hay explicación certera sobre los bandos enfrentados ni sus objetivos. El caos transcurre con su propio ritmo. A veces toma pausas. Pero, de repente, las calles se vuelven monstruos rabiosos que solo escupen fuego. Dolida y sola, la ciudad se retuerce y deja ver lo que corre por sus venas: entre otras cosas, agresión machista que se desgaja en crueldades.
Para muchas mujeres se trata de un doble infierno. Si en el exterior no puede vivirse, en el interior, tampoco. Antes de la detención de Ismael “El Mayo” Zambada y este nervioso presente, las sinaloenses y sobre todo, las habitantes de Culiacán, habían reportado la violencia familiar como el delito en su contra más incidente. En 2022, de acuerdo con datos de la Coordinación General del Consejo Estatal de Seguridad Pública, hubo 6 mil 143 denuncias por ese ilícito. El 83 por ciento lo integraron ellas.
Entre ese año y 2024, el feminicidio aumentó en poco más de 40 por ciento, según la misma fuente. La mayor parte ocurrió dentro de los hogares. Lo perpetraron parejas. A ellas las encontraron cuando no había más qué hacer y ellos habían huido.
Es un círculo fatal. Porque en el exterior aguarda la violencia del estereotipo. ¿Quién es la mujer que habita ahí, en Culiacán? En los 60 y 70 del siglo pasado la resumieron al anhelo de triunfar en los concursos de belleza y la envolvieron en mitos destructivos. Después, el “buchona” se incorporó como uno de sus posibles estilos de ser. El negocio ilícito de las drogas con cosificación implícita se relató como parte de su realidad en series y telenovelas. La exigencia del arreglo personal minucioso en pos de una belleza extrema, dictada desde las masculinidades, también.
Ese Culiacán, ese Sinaloa, en el imaginario, es la misma tierra donde en la realidad, las mujeres escarban en búsqueda de los desaparecidos. Desde 2014, con el surgimiento de Las Rastreadoras de El Fuerte, las madres, hermanas, hijas y amigas se han organizado para dar con los ausentes, muy lejos de los mitos y las leyendas. Ahora ese trabajo ha quedado imposibilitado. Y esa es otra crueldad en contra de ellas.
Con todo, hay que vivir. Caminar frente a la mirada del militar que patrulla Culiacán. Reportear en la adversidad de la guerra. Arrancarle precisión al silencio. Las periodistas refieren que es difícil. Que el trauma va de menos a más. Que pocos quieren hablar. Que costará reponer la salud mental. Que por ahora, lo único que queda es el resguardo de las balas y los tópicos.
Linaloe R. Flores es periodista originaria de Sinaloa, especializada en datos abiertos y transparencia. Es jefa de Información en Reporte Índigo.