Hoy vengo acá para mostrarte un pedacito de mi vida por si te sirve sentirte identificada o detectar la historia de alguna amiga o conocida… sinceramente, espero que no.
La primera vez que me enamoré no podía controlar mi nivel de felicidad, de emoción, ni las ganas de querer estar todo el tiempo con el mejor jugador de futbol de la colonia. Además, era muy detallista y me asombraba que ese chico mayor que yo (dos años) se fijara en mí.
Al inicio, me sentía soñada. ¡Solo tenía 14 años! Me enamoré de tal forma que prefería satisfacerlo en lugar de pelear o exigir lo que realmente quería. Aprendió a manipularme. Primero restringió mis amistades y mis salidas. Me sentía vigilada todo el tiempo. Luego comenzaron los jaloneos, pellizcos y cachetadas. Después los golpes en todo el cuerpo. Jamás lo conté a la familia.
Recuerdo que al inicio ni siquiera me pasaba por la cabeza el defenderme porque no sentía tener la fuerza suficiente para hacerlo. Intenté dejarlo varias veces pero siempre terminaba convenciéndome de que cambiaría. Sin la fuerza de voluntad suficiente para separarme de él, me acostumbré, me resigné y acepté esa realidad.
Quizá eso fue lo que me hizo plantearme que si esa sería mi vida, al menos quería luchar por defenderla un poco, aunque fuera con las uñas. Mientras mi cuerpo se llenaba de moretones, sus brazos y rostro de cicatrices.
En una ocasión, me sentí atrapada y en mayor riesgo de lo habitual (sí, una lo normaliza). Corrí con desesperación a su cocina y saqué un cuchillo para defenderme, jamás pensé en matarlo, ni siquiera en realmente usarlo, solo tenía mucho miedo de lo que pudiera hacerme; solo pensaba en protegerme. Por fortuna, ninguno de nuestros cuerpos resultó herido. De lo contrario, me habrían llamado asesina o a él feminicida.
Aún me cuesta trabajo creer que sobreviví a esa relación de siete años y que hoy soy una mujer libre y feliz. Pero no todas corren con la misma suerte.
Muchas mujeres han sido asesinadas (10 mujeres al día, en promedio, en nuestro país) y otras encarceladas porque cuando las han atacado tuvieron que decidir entre su vida o la de quien se empeñaba en violentarlas. Como Roxana Ruiz, quien fue condenada a seis años y dos meses por haber matado a su violador. Después de nueve meses, logró que el hecho se investigara con perspectiva de género y que la absolvieran por actuar en legítima defensa.
Pero hay otras como Itzel Loría, quien fue condenada injustamente a 30 años de prisión por matar a su pareja en defensa propia, mientras que otras han sido condenadas hasta a 60 años de prisión y sin un debido proceso.
Por este tipo de casos es que el pasado 23 de marzo, la diputada Fátima Cruz Peláez propuso actualizar el concepto de violencia en los artículos 6º de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, y 16º del Código Penal Federal, para probar la legítima defensa como una acción real, actual o inminente contra el atacante:
"No se considera exceso de legítima defensa la realización de una conducta ilícita que repela una agresión que no sea actual o inminente, cuando se trate de víctimas de violencia que tengan acreditada la imputabilidad temporal o permanente provocada por los actos del autor o partícipe del delito de violencia".
De acuerdo con Cruz Peláez, en la iniciativa se mantiene la prohibición de hacer justicia de mano propia, pero impide criminalizar a las personas que por su circunstancia son llevadas a cometer ilícitos en contra de su agresor.
Vivir Quintana, la compositora e intérprete de “Canción sin miedo”, compuso el tema principal de la segunda temporada de la serie Mujeres Asesinas, la cual está basada en historias reales de mujeres que se encuentran en algún penal de México por matar al hombre que las violentaba.
“Me llamaron asesina y no lo niego, pero yo también merezco libertad. Anotaron mi apellido en un cuaderno donde escriben lo que no quieren contar. Nos llamaron asesinas”, termina la canción “Me llamaron asesina”.