Recuerdo esa sensación de nervios y emoción que me provocaba ver al niño que me gustaba en el kinder. De niña, me divertía casar a Ken y Barbie. Y durante mi adolescencia me enamoré de todas las películas que incluían historias de amor heterosexuales.
En mi cabeza jamás existió la posibilidad de enamorarme de una mujer. Muchas veces sentí admiración por actrices, cantantes o amigas pero nunca las vi como amores platónicos o posibles parejas; ni sexuales, ni sentimentales.
Sé que la mayoría de las personas con una orientación sexual distinta a la heterosexual se dan cuenta de ello antes de los siete años de edad, y otro gran porcentaje durante la adolescencia. Yo no estoy entre ellas; yo formo parte del 1 % de la gente que se asume LGB que lo ha descubierto durante la adultez.
Alrededor de los 30 años de edad comenzó a inquietarme la idea de que sentía atracción por las mujeres, luego empecé a hablarlo con mis amigas. Hasta los 32 años acepté que no solo me gustaban los hombres.
Crecí en una familia que se burlaba del único primo gay, algo que entendí muchos años después. Cursé la primaria y la secundaria en escuelas donde mis compañeras solo eran mujeres (ya sé, aún así no me di cuenta y no, no es determinante), y con las que siempre hablaba de los chicos que nos gustaban y de la emoción que nos daba formar una familia con un hombre.
El único recuerdo que tengo de una mujer lesbiana es de Laura, la hermana de una de mis mejores amigas de la infancia. Le gustaba vestirse con ropa muy holgada y llevar el cabello muy corto. La gente hablaba de ella como si estuviera mal ser ella misma.
Resulta que “el género y la sexualidad son aspectos de la psicología que reflejan las interacciones entre la biología y el contexto sociocultural. Entonces, a medida que cambian la cultura y la sociedad, el género y la sexualidad también están sujetos a cambios”, dijo Clinton W. Anderson, director de la Oficina de Asuntos LGBT de la Asociación de Psicólogos de Estados Unidos, en entrevista con la BBC.
En mi caso, no es que antes no me gustaran las mujeres. Creo que es un deseo que simplemente estaba bloqueado frente a un mundo que se burla, que discrimina y que agrede a las personas con una orientación sexual distinta a la heterosexual. Además, crecer en un mundo heteronormado nos puede impedir darnos cuenta de lo que realmente nos gusta.
Cuando salía con hombres, la gente no me lanzaba miradas juzgonas en la calle ni me discriminaba en los lugares públicos por mi orientación sexual. Ahora sé que el 55 % de las población mexicana de 15 años o más que NO pertenece a la comunidad LGBT no está de acuerdo con que las parejas del mismo sexo se besen o se tomen de la mano en público, según una encuesta del INEGI.
Convivir con mujeres no representaba ningún tipo de problema. Ahora resulta que los hombres se pueden sentir amenazados si convivo con sus novias; lo mismo que las novias de algunas de mis amigas. Que me gusten las mujeres no significa que me gusten tooodas las mujeres, ¿acaso a las heterosexuales les gustan toditos los hombres?
Cada vez somos más las personas de la comunidad LGB (casi 90%) aceptadas, respetadas o respaldadas por nuestra familia al conocer nuestra orientación sexual e identidad de género. Aún así, no podemos dejar de señalar a quienes han obligado a sus hijos, hijas o hijes a someterse a terapias de conversión o psicológicas, o a quienes les han agredido o hasta corrido de sus casas.
¿Por qué no se puede solo ser? Me gustan los hombres y las mujeres, sí, soy bisexual. ¿Qué es mejor?, me preguntan muchas veces. Para mí no es mejor ni peor, solo es distinto. Pero eso sí, enamorarte se siente igual y que te rompan el cora, también.
¿Por qué no se puede vivir sin etiquetas? Solo quiero (queremos) ejercer nuestro derecho a vivir nuestra sexualidad libremente.