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Día de Muertos y el eterno retorno de lo reprimido

Escrito por Anahí Gómez Zúñiga | 04 noviembre 2024

Lo siniestro en las flores de Cempasúchil 

Esta vida, tal y como tú ahora la vives y como la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nada nuevo; sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento, y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión: y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas, y así también este instante y yo mismo. ¡El eterno reloj de arena de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, granito de polvo!
-Friedrich Nietzsche

Escribo esto el Día de Muertos, cuando nuestros seres queridos vuelven del más allá para visitarnos, cuando la muerte lo habita todo y los recuerdos y la nostalgia se expanden por los panteones, las calles y entre los hilachos de los disfraces. Hay una sed de recordar, de romper las barreras que separan a la vida de la muerte, de invocar a quienes ya no están.

Estas fechas me hacen pensar inevitablemente en el adiós, en lo doloroso de las despedidas y en la relación que tenemos en México con “el más allá”. Un vínculo mágico, cercano, que impregna de olor a cempasúchil las avenidas y las casas.

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Me detengo y pienso también en lo siniestro o Unheimlich, que se refiere a lo inquietante, angustiante y atroz. En su ensayo sobre este concepto, Freud retoma la definición de Schelling, para explicar que lo siniestro sería algo que, debiendo quedar oculto, se ha manifestado.

Entenderíamos entonces que lo siniestro es todo eso que habita en casa, pero que en algún momento se muestra distinto, nos enseña una parte que quizás nunca debimos conocer. 

Por ejemplo: cuando una amiga de años se porta de maneras inentendibles e instantáneamente sabes que nunca la conociste de verdad; cuando tu muñeca de infancia mueve su manita en la madrugada; cuando te miras a ti misma y no te reconoces. Es el miedo, el vértigo de observar lo conocido desde sus costuras. La idea del clon es siniestra por eso; porque representa lo familiar, pero habitado por aspectos desconocidos. 

Es justamente a partir de ejemplos como el del clon que Freud elabora una teoría muy interesante sobre el tema y explica que la esencia de lo Unheimlich es el retorno de lo reprimido, de ahí la sensación de lo “extrañablemente familiar”. Cuando los deseos reprimidos, los recuerdos del trauma, los miedos de infancia y las heridas que parecían superadas se manifiestan, entra en acción lo siniestro. 

El ser amado que me trata de una forma inusitadamente cruel, es siniestro también porque revive en mí el miedo latente a ser abandonada; trae de vuelta el recuerdo de la ausencia primigenia, la que me persigue a todas partes y me vuelve tan temerosa de ser desechada.

Lo siniestro es una repetición. Entonces me sumerjo en la idea del eterno retorno de Nietzsche, según la cual el tiempo es cíclico ―como los pueblos ancestrales ya lo han explicado―. Para el filósofo alemán ese eterno retorno implica que si la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, entonces tendremos una combinación finita en un tiempo infinito donde todo se repetirá de modo infinito. 

Así, cuando nos dicen que la historia está condenada a repetirse, no se trata solo de la historia comunitaria o universal, sino también familiar e individual. Los momentos hermosos, pero también los de dolor están destinados a volver una y otra y otra vez.

El nacimiento, la vida y la muerte. Otra repetición en cientos de cuerpos humanos, animales y vegetales. En México, además, la muerte retorna a la vida cada 1 y 2 de noviembre. Lo siniestro aquí no es un vértigo, sino una aspiración comunitaria. Nuestra cercanía con la muerte, nos hace aproximarnos a ella desde un espacio donde el ritual y la magia ocupan el lugar del miedo. 

Llamar a los muertos y recibirlos en nuestros hogares se vuelve tan natural, tan suave y fascinante.

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Generalmente los retornos sí son terroríficos. Verte sobre tu cama llorando por quinta vez por el mismo hombre y ante la misma situación. Estar atrapada en la misma trampa. Recaer y sentirte en el hoyo de siempre. Eso es siniestro, es angustiante, es terrible.

Pero si pienso en Nietzsche, en Freud y la tradición del Día de Muertos, creo que también es posible aproximarse a esa vuelta, a esa repetición, desde otro lugar mágico. Entendiendo que volver a los mismos lugares, es parte de mi errónea humanidad. Además, si regresar a los mismos sitios es inevitable, también lo será salir de ellos nuevamente.

Comprender la angustia que me trae el retorno de los dolores extrañamente familiares, me lleva a entender que tarde o temprano la sensación de los siniestro cede y vienen esas otras posibilidades de existencia que también conozco.

Después de todo, la repetición no es tan mala, porque me recuerda que ahora ya sé qué hacer con ella. La vida vuelve, la felicidad también; el deseo y el conflicto retornan. Todo es un eterno ciclo que me habita y me mantiene en movimiento hasta que un día mi cuerpo entero se detenga, después de eso nadie sabe a ciencia cierta lo que viene, si hay otro retorno o la nada absoluta.

 En agradecimiento por comprender esto, seguro en mi ofrenda pondré también la carita de Freud y Nietzsche. Y fin.