Primero quiero confesar una cosa: desde niña hasta la adolescencia mi sueño fue ser bióloga marina. Tenía una vida planeada: viviría junto al mar estudiando el festival de colores, formas y evolución que es el mar de Cortés. No era extraño, mi padres me educaron en el respeto irreductible a la vida, la celebración y defensa de la misma.
Son extraños los caminos de la existencia, pareciera que te alejan de tus sueños, pero de alguna manera siempre te llevan a cumplirlos. En el último año de la preparatoria decidí que el mar podría esperar y opté por estudiar Medicina. El argumento era el mismo: cuidar la salud de las personas significa procurar la vida. Esa es la sustancia de la ciencia médica: preservar la existencia hasta la última oportunidad. Siempre con dignidad y respeto; siempre con amor y cariño.
Por esas mismas razones encaminé mi especialidad: Ginecología y Obstetricia. Acompañar a mujeres en su embarazo es una de las partes más emocionantes y bellas de mi labor. Puede sonar cursi apoyar y cuidar la vida. Así lo hizo toda su vida profesional Nahed Harazeen, ginecóloga palestina del Hospital de Shifa, asesinada por un ataque aéreo del ejército de ocupación del Estado sionista de Israel.
La doctora, jefa de su departamento, fue masacrada junto con su familia el 8 de diciembre del año pasado. También, por aire, fue el ataque a Midhat Saidem, cirujano especialista en quemaduras, quien descansaba en casa después de largas jornadas en el mismo hospital de Shifa.
Al anestesiólogo Ayman Jerjawi lo alcanzaron las bombas en un asesinato selectivo; descasaba en casa. El doctor palestino no abandonó su puesto en Beti Lahia aún cuando los tanques y las metrallas asediaban a los heridos. Su muerte fue una venganza. Un crimen dirigido, premeditado, alevoso; o, como suelen decir los asesinos “un daño colateral”.
Estos tres héroes de la vida fueron asesinados en sus casas, fuera de los objetivos “terroristas”, fuera del “margen de error” de las bombas que vienen de lejos. Prueba irrefutable del genocidio que vive el pueblo palestino. Pruebas irrefutables del odio.
Es una locura condenar a un médico por ir a trabajar. Así como un abogado tiene derecho y deber defender a cualquier persona, pasa lo mismo con el personal de salud. Cualquier sionista, a pesar de ser un cobarde terrorista, tiene derecho a la salud. Si de mí dependiera la vida de Netanyahu, Hitler o Trump, no dudaría en salvarlo. Mi papel como doctora no es decidir quién merece vivir o no.
Hay una legislación internacional que protege la labor médica en cualquier conflicto por encima de los bandos que se enfrenten. La salud es un derecho fundamental que no se le puede negar a nadie. El personal médico tiene el deber y el derecho de practicar la medicina para cualquier persona y en cualquier situación. Es una labor humanitaria de salud. No hay un territorio vedado para un médico en el mundo que cumpla con su labor, de acuerdo a la cruz roja y a los acuerdos de ginebra, aunque el estado de Israel se empeñe en negarlo.
Mientras escribo estas palabras las bombas siguen cayendo generando personas muertas y heridas que necesitan de apoyo médico para preservar la vida y cuidar la existencia, y ahí en las calles devastadas siguen sonando las sirenas, sigue el personal médico en pie de lucha sin que lo protejan las convenciones internacionales que todos los Estados están obligados a cumplir.
El río de la existencia nos lleva por otros paisajes, pero siempre llegan al mar con el mismo sentimiento, con la misma dedicación: este pequeño homenaje a las y los profesionales de la salud que no se movieron de su labor cuidar mujeres, hombres e infancias que les necesitaban, que no se fueron a pesar de las balas, de los ataques, de las intervenciones dirigidas a ellos y a sus familias.
Ser médica es una vocación que te guía, que ennoblece y obliga. No quiero decir que la vida de quienes nos dedicamos a esto sea más valiosa, pero sí sé que cientos de médicos dan la suya por cuidar las de otros.
Desde el río hasta el mar…