Cuando una mujer se embaraza, una de las preguntas más frecuentes gira en torno al nacimiento del bebé: ¿parto o cesárea? Las personas cercanas entonces cuentan las historias de éxito, de terror, propias y ajenas que pueden generar más dudas e indecisiones.
Además de esto, hay una serie de retos no verbalizados respecto a la tolerancia al dolor, porque como es lo mejor para el bebé pues debes aguantarlo. Incluso he escuchado personas decir que la anestesia es un camino fácil y que afecta al bebé. Entonces, nos regresamos al arcaico escenario donde ser madre implica sufrimiento.
Recordemos que el parto es el modo habitual de que nazca un bebé. La cesárea es una técnica creada por el ser humano para salvaguardar la vida de la madre y el bebé en caso de que el parto aumente significativamente el riesgo de complicaciones en uno o en ambos.
Desgraciadamente, la cesárea se ha usado de forma innecesaria en un sinnúmero de nacimientos al grado de creer que toda cesárea es para hacer el nacimiento más fácil o para que la doctora no se desvele vigilando un trabajo de parto. Esta premisa como doctoras la debemos entender por todas las historias que las mujeres han vivido que llevan a generalizaciones como esta.
Para empezar, debemos entender que el plan, salvo muy pocas excepciones, debe ser el nacimiento por parto. Con el desarrollo del embarazo, se puede cambiar la decisión por la localización de la placenta (se coloca sobre el orificio cervical interno impidiendo la salida del bebé), por la posición y el tamaño del bebé, por patologías desarrolladas en el embarazo como preeclampsia y diabetes gestacional, etcétera.
Es normal tener miedo al dolor, pero recuerden que un nacimiento, independientemente de que sea cesárea o parto, va a doler. En la cesárea suele doler la herida, en el parto el piso pélvico. Incluso, en este último se puede complicar por incontinencia fecal o urinaria los siguientes meses (para lo cual siempre hay tratamiento).
Si me preguntan a mí lo que más valoro al decidir la vía de nacimiento, es la reserva fetal. Es decir, que tenga las herramientas suficientes para lograr tolerar un trabajo de parto. Generalizar respecto a que todos los bebés pueden llegar a la semana 41 o 42 puede arriesgarlos innecesariamente.
La reserva fetal se valora idealmente por un médico materno fetal, individualizando las características de la madre y el feto, la función placentaria (midiendo el líquido amniótico y la velocidad de la sangre fetal y materna conocido como hemodinamia) y analizando la curva de crecimiento fetal. Escuchar semanalmente la frecuencia cardiaca fetal, no nos brinda seguridad respecto a tolerar o no el parto.
Por supuesto que como doctoras, tenemos una autoridad que a veces se puede manejar de forma no adecuada. Cuántas historias de cesáreas innecesarias existen que ha generado también que cuando sí es necesaria, se pierda esa confianza. Recuerdo el caso de una paciente que se negaba a ser revisada por un tacto vaginal dado que si la ginecóloga lo hacía la iba a querer operar…
No te va a hacer mejor madre o peor madre la vía del nacimiento del bebé. Es importante por eso encontrar a una ginecóloga en la que confíes para poder tomar esa decisión juntas. Lo que yo más destaco es que en cualquier escenario, la experiencia sea acogedora y cálida. Que te sientas cómoda, que puedas tener el beneficio del pinzamiento tardío del cordón, del apego inmediato y de la hora de oro.