Desde hace 32 años la Federación Mundial de la Salud Mental junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS) han usado el Día Mundial de la Salud Mental para concientizar a las personas sobre la importancia que esta tiene respecto a la salud física, y es que por años, las personas nos hemos mostrado más atentas a lo que pasa con el cuerpo tal vez porque se puede ver a simple vista, mientras que lo mental sucede en un plano abstracto que invalidamos por completo.
Con esto en mente, se ha considerado que hablar de salud mental también implica reconocer que es un tema en el que la perspectiva de género es sumamente necesaria ya que de los 129.7 millones de mexicanos, el 51.1 % son mujeres que a su vez podrían llegar a mostrar índices más elevados de estrés, ansiedad, episodios depresivos así como trastornos de la conducta alimentaria.
De hecho, durante la pandemia por covid-19 fue notable que, al aumentar el tiempo de convivencia en casa, aumentaron los casos de violencia doméstica, así como casos más frecuentes de mujeres con ansiedad, depresión, ideas suicidas, así como sospechas de tener algún trastorno mental, por lo que la búsqueda de atención psicológica se convirtió en uno de los servicios más solicitados.
Sin embargo, no todas las mujeres ven como una opción recurrir a la terapia y no es por falta de interés, incluso los prejuicios han disminuido en gran medida entre adultas mayores, y eso es maravilloso. ¿Entonces? El problema es que el acceso a los cuidados de la salud mental es realmente un lujo económico, a pesar de ser un derecho humano.
De acuerdo con el último censo de la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado, al menos 80 % de la población con depresión y ansiedad está compuesta por mujeres, de las cuales solo 20 % suele acudir a apoyo psicológicos o psiquiátricos. Los factores que influyen tienen que ver con dependencia económica hacia otro familiar, ser la única fuente de recursos para la familia o vivir en situaciones de alta violencia doméstica por lo que muchas veces las mujeres aprenden a ser resilientes sin tener espacios para expresarse, validarse y sin alcanzar a reconocer que no es saludable siempre adaptarse a todas las experiencias sin poder entender qué les pasa a nivel emocional o mental.
Deseamos que en este nuevo sexenio nos movamos un paso adelante para aceptar primero que la salud mental es un derecho universal y que debe ser parte integral de los programas de salud pública. El derecho al acceso a cuidados para la salud mental es de y para todas.