¿Por qué mentimos? Desde que somos niñas nos enseñan la importancia de la verdad, tanto así que Disney se atrevió a hacer toda una obra magistral alrededor de estos “engaños”. Por supuesto que vivimos con la idea y hasta el miedo de que la nariz nos creciera como a Pinocho, hasta que nos dimos cuenta que eso también era mentira…
Mentimos por muchas razones: por miedo a las consecuencias, para evitar herir a alguien o simplemente para hacernos la vida más fácil. La psicóloga Bella DePaulo dice que "la gente miente no sólo para salvar su pellejo, sino para salvar la cara, proteger el ego y, a veces, simplemente para ser amable".
Mentimos en el trabajo, con las amistades, en nuestras relaciones y hasta a nosotras mismas, siendo estas últimas, las que más duelen y de las que menos podemos escapar. Pero, ¿todas las mentiras son iguales? Yo creo que no, el problema es que todas tienen consecuencias.
Tenemos las mentiras blancas o piadosas, que sirven para omitir información que no estamos dispuestas a enfrentar o que simplemente ayudan a “suavizar” un golpe para otro. En estos casos, yo prefiero decir la verdad de la manera más prudente, comprensiva y amorosa posible, porque es lo que me gustaría que los demás hicieran conmigo, sobre todo aquellos en los que confío.
Entonces, ¿cuándo sí se vale decir una mentira? Creo que no es tan simple. Cada situación es única y puede variar según el contexto. Si se trata de proteger a alguien de un daño físico o emocional grave, podría considerarse justificable.
Aquí y en China es una realidad que los engaños, pequeños o grandes, tienen un peso importante, en nosotros y en los demás, no por nada la honestidad es uno de los valores más reconocidos y apreciados en nuestra sociedad actual.
La última vez que dije una mentira estaba en la preparatoria. Me desperté tarde el día de un examen y se me ocurrió la brillante idea de inventar que me había mordido un perro, ¡hasta llevé un justificante médico! Por favor no me juzgues, las calificaciones eran importantes para mí. La verdad es que estoy segura de que mi maestro se dio cuenta porque la siguiente semana cuando me aplicó el examen, hizo un comentario sarcástico sobre el asunto.
Todavía me acuerdo de la vergüenza que sentí y prometí jamás volver a ponerme en una situación en la que, cliché o no, quería que me tragara la Tierra. Tal vez no metí a nadie en problemas, pero puse en tela de juicio mi credibilidad y, francamente, no me gustó.
Me encantaría tener otra anécdota increíble en la que te cuente cómo haber dicho una mentira me metió en un problema inmenso del que no pude escapar, para que aprendas de mi experiencia, pero la realidad es que una de mis reglas de vida más importantes es no mentir. Y ni siquiera porque yo sea una persona muy correcta, sino porque me “cacharían” a la primera oportunidad.
Mentir es parte de la naturaleza humana y a veces será imposible no hacerlo, la clave está en manejar esas cosas que dichas “a medias”, quizá pueden salvarte un día, pero terminarán por destruir tu confianza y reputación porque “no se trata de si mientes, sino de si puedes vivir con las consecuencias”.