Por: Arantza García
¿Qué está pasando que tras tantos años de decir que las mujeres no somos competencia, seguimos compitiendo?
Me pregunto esto mientras veo una ola de videos en redes sociales sobre el pleito entre Bellakath y Yeri Mua —dos cantantes de reguetón mexicanas y jóvenes que se han abierto paso en una industria musical machista, pero además en un género dominado por hombres— en los que se insultan las unas a las otras con comentarios sobre su físico.
Resulta que se molestaron porque Yeri Mua presuntamente habló mal de Bellakath en una canción que está por salir. La respuesta de Bellakath, insultándola por su físico, desencadenó una escalada de confrontación. Después la autora de Una gatita que le gusta el mambo publicó una serie de videos que Yeri Mua había publicado para sus close friends en Instagram donde se expresa mal de sus padres, del trabajo y afirma que para aguantarlo va a fumar un “porro”, o sease, marihuana. Expresiones que honestamente no son raras en una adulta de 22 años, pero que gracias a los prejuicios sí podrían dañar su reputación.
Más allá de los dimes y diretes, de quién dijo qué, de quién empezó primero, quién es “más perra”, hay algo que llama la atención: dos mujeres que se hicieron frente en un género machista, que su presencia en él ha sido revolucionaria, ahora están discutiendo sirviéndose de las mismas cadenas que no las dejaban sobresalir en la música.
Y entonces me pregunto ¿en verdad interiorizamos que las mujeres no somos competencia? Porque piénsenlo, hoy fueron Yeri Mua y Bellakath, pero ayer eran dos escritoras mexicanas reconocidas y mañana quizá seas tú con tu compañera de escritorio. Y que tire la primera piedra quien esté libre de pecado…
Porque nos enseñaron a competir. En general, el capitalismo, como gran sistema de dominación, funciona así y después el patriarcado, y el género y el feminismo, y la superwoman y quien pueda más brilla más y es más exitosa y la trampa para seguir en sus cadenas y entonces la que puede puede y la que no soporta. ¿Pero y si todas podemos?
¡¿Qué pasa si todas podemos?!
Se rompe el sistema que está hecho para que solo unas puedan.
¿Y si no todas podemos pero las que sí pueden nos ayudan a poder y viceversa? ¿No es esa la colectividad que quisiéramos?
Entendimos la violencia contra las mujeres de las que todas hemos sido víctimas y nos unimos, nos abrazamos, nos creímos y acuerpamos como respuesta a la violencia que vivimos. Pero casos como este nos recuerdan que más que pensar en lo que nos une —que muchas veces es jodido, como la violencia—, tenemos que problematizar lo que nos separa.
¿Por qué que una mujer hable, escriba, cante de lo mismo que yo me intimida?
Cuando me he hecho la pregunta a mí misma me responde el miedo que me inunda de que alguien me quite el lugar que tanto me ha costado mantener. Porque aceptémoslo, ninguna mujer sentada en ninguna silla llegó ahí gratis. Ninguna, ni siquiera la mujer más privilegiada que se te venga a la cabeza con la que no estás de acuerdo.
Hasta a Claudia Sheimbaum le costó llegar a sentarse con los hombres del poder.
Este miedo que me inunda no está muy alejado de Bellakath defendiendo con uñas y dientes su trabajo y preguntándose, ¿por qué no voy a ser culera si mi trabajo me ha costado?
¿Y da miedo, no? Pensar que hemos recorrido todo este tiempo peleando con un monstruo gigante de mil cabezas traducido en mil sistemas de dominación y que llegue alguien a quitarnos el lugar que peleamos. Y ahí está el problema: pensamos que para que el reguetón, la literatura y el periodismo deje de ser machista basta con la presencia de las mujeres y sus perspectivas. Como si sólo necesitáramos sentarnos en la silla de poder que ocupaban los hombres.
¿No nos es posible imaginar otras sillas diferentes? ¿Gradas para todas las personas?
Si ocupamos un lugar en la estructura de dominación, por más “crítico” que sea, seguirá siendo parte de la misma cadena, ocuparemos un puesto con sus limitantes.
Nos sentaremos en la silla del amo.
Porque aún con nuevas perspectivas seguimos estando insertas en sistemas de dominación que permiten dinámicas de violencia entre nosotras y con las otras. No basta con la presencia femenina, porque para poder afirmar “las mujeres no somos competencia” tenemos que empezar a construir e imaginar nuevos horizontes donde nuestro lugar no tenga que defenderse con uñas y dientes. Configuraciones que vayan más allá del poder.
El problema no es que Bellakath y Yeri Mua, a pesar de ser mujeres en una industria donde probablemente han tenido que sobresalir, sigan siendo competencia porque su lugar en ella se gestó desde el mismo mandato masculino del poder. Y de ahí, ninguno se escapa, como lo dicen sus letras, el que tenga más dinero, poder, y riqueza es el más Bichote.
¿En verdad nosotras queremos replicar esos discursos y en pro de nuestro éxito seguirnos violentando? Porque eso ya lo vimos, es la lógica de la guerra.
¿O podemos imaginar la era de todas siendo Bichotas aún con nuestras diferencias?
Arantza García es periodista multimedia de derechos humanos. Estudió periodismo por curiosa y nunca dejó de preguntar. Cree en las mujeres, en el amor y en la educación como motor de cambio. Feminista, siempre, aunque lo cuestione.