Si hay algo que tengo claro es que la cuna de la felicidad es la infancia. Nuestra etapa como niñas es crucial para nuestro desarrollo como adultas funcionales. Y es que, sin afán de sonar cursi o exagerada, creo fielmente que cuando somos pequeñas, cada experiencia -buena o mala- moldea nuestra visión del mundo y nuestra capacidad para ser felices.
Pero no sólo lo digo yo, varios estudios afirman que la niñez es una fase de intensa actividad cognitiva donde aprendemos a resolver problemas, formar nuestra identidad y autoestima y a construir nuestro sentido de confianza básica, interna y externa.
Estoy segura de que uno de los privilegios más grandes que una persona puede tener es crecer con soporte emocional. Si tú como yo tuviste la oportunidad y la bendición de nacer y crecer en un entorno amoroso, probablemente cuando recuerdes tu infancia, lo harás sonriendo y agradeciendo.
Algo que me hace mucho sentido y que no deja de sorprenderme es que en mis recuerdos más felices nunca aparece nada material.
Claro que fui feliz cuando tuve la muñeca que quería o cuando mi papá me regaló mi primera bicicleta, pero nada me da más alegría que acordarme de los campamentos con mis primos, de las noches en las que jugábamos a adivinar películas con mímica, de las pijamadas en la casa de mi abuelita y de las decoraciones que armábamos todos juntos para Navidad.
Las y los niños necesitan estar rodeados de amor, contención y tener la oportunidad de vivir esa etapa gozando de su única responsabilidad: ser felices. ¿Y cómo le hacemos si las experiencias de nuestra infancia no fueron las mejores o nos dejaron las tan mencionadas “heridas”? Es fundamental permitirnos sentir. Aceptar y procesar nuestras emociones, es el primer paso para “curarlas”. Buscar apoyo profesional también es esencial.
Ya sea con amistades, familiares de confianza o profesionales de la salud mental. Compartir las experiencias que no son buenas o que se han cargado a lo largo de los años, puede ser increíblemente liberador.
Y lo más importante: abraza y cuida a tu niña interior. A mí me gusta pensar que seguimos siendo pequeñas solo que ahora en un cuerpo más grande y con más responsabilidades. Tente paciencia, consiéntete y haz más de todo eso que te gusta, que te sorprende y que te alimenta el corazón. Trátate y cuídate como te hubiera gustado que lo hicieran cuando eras niña.