Siempre he creído que el momento de despedirte de quienes amas para emprender una nueva vida es como un salto al vacío. Al principio, la emoción de lo desconocido te invade y, sinceramente, también está ese alivio de empezar en un lugar donde nadie te conoce, donde puedes reinventarte.
Pero conforme pasan los días, y cuando las luces de la novedad comienzan a apagarse, te encuentras enfrentándote a una verdad que nadie te dijo: vivir lejos de los tuyos no es tan fácil como imaginabas.
Empiezan a aparecer esos días en los que un abrazo de mamá podría salvarte de una semana agotadora, o cuando ves una foto familiar y te preguntas en qué momento te perdiste tantas sonrisas, cenas y conversaciones que, aunque parecen rutinarias, tienen un valor incalculable.
Es curioso, pero una aprende a valorar esas pequeñas cosas que antes parecían no ser tan importantes: las pláticas con tus tíos y tus abuelos al calor del café, las risas con tu hermana mientras ven una película, o hasta los simples mensajes de "¿cómo estás?" de tus amigas.
Vivir lejos de quienes amas es una mezcla de libertad y nostalgia. Te liberas de expectativas y tienes la oportunidad de explorar quién eres realmente. Sin embargo, también te das cuenta de que, en el proceso de crear una nueva versión de ti, partes de esa versión siempre pertenecen a esas personas que dejaste atrás.
Y ahí está el dilema: mientras construyes un hogar nuevo, otra parte de ti se queda anclada en el pasado, en el hogar que te vio crecer, y que ahora revives en tus recuerdos y en llamadas de larga distancia, y te das cuenta de que los kilómetros no solo separan cuerpos, sino también experiencias únicas que no volverán.
Vivir lejos también te enseña algo invaluable: la resiliencia. Aprendes a estar ahí para ti misma, a crear una red de apoyo desde cero y a valorar aún más los momentos que compartes con quienes amas, aunque sea de forma esporádica.
Cada regreso se convierte en una celebración, y cada despedida en una lección de amor. Porque, al final, sabes que vivir lejos no te aleja de los tuyos, sino que te enseña a amarlos de una forma más profunda, a valorar cada detalle y a entender que la verdadera conexión no se mide en kilómetros.
Irnos parece fácil, sobre todo cuando nos despedimos para ir en busca de nuestros sueños. Pero también es importante recordar que la distancia es un recordatorio constante de lo que realmente importa.
Porque, al final, lejos o cerca, lo que cuenta es tener la certeza de que existe un lugar al que siempre puedes regresar. Y eso, aunque duela, también reconforta. Vivir lejos es aprender a amar en la distancia, a encontrar el hogar en las personas, y a entender que el amor no conoce fronteras.