Hay cosas que generalmente no admitimos, incluso a nosotras mismas, porque representan esas partes que preferimos mantener bajo llave. Pero, seamos sinceras: todas llevamos dentro esos "monstruos" que en más de una ocasión nos han sorprendido viéndonos desde el espejo.
No son los monstruos de las películas, sino emociones y actitudes que nos incomodan porque nos hacen parecer vulnerables, imperfectas y, en algunos casos, egoístas. Estos monstruos se manifiestan en forma de celos, miedo, autocrítica excesiva, ansiedad y, a veces, incluso en esa voz interna que nos susurra que no somos suficientes.
¿Te ha pasado que a veces reaccionas de una manera que ni tú misma reconoces? Esa vez que te frustraste por un detalle insignificante, o cuando juzgaste con dureza a alguien solo porque te recordó algo que quieres evitar… Yo también he caído en eso, y no tiene nada de raro.
Vivimos en una sociedad que nos impulsa a ser siempre "perfectas", a no fallar, a dar la talla en cada aspecto de la vida: en el trabajo, en la familia, en las relaciones, e incluso en nosotras mismas. Entonces, cuando esos monstruos internos asoman la cabeza, nos sentimos como si estuviéramos fallando. Nos sentimos defectuosas, cuando en realidad estamos enfrentando la complejidad de ser humanas.
Lo curioso de estos monstruos es que, en el fondo, aparecen porque tienen una intención positiva. Los celos, por ejemplo, suelen ser una manifestación de nuestro miedo a perder algo o alguien importante. La autocrítica es nuestra manera de recordarnos que queremos mejorar, aunque a veces lo haga de una forma cruel. Hasta la ira, a veces, surge para recordarnos que hay límites que han sido cruzados y que necesitamos ponernos en primer lugar. Sí, estas facetas son incómodas, pero ¿no es también revelador ver que, en el fondo, están tratando de protegernos y de cuidarnos de alguna forma?
Ahora, eso no significa que debamos dejar que estos monstruos tomen las riendas y se adueñen de nuestras acciones o decisiones. Hay un poder inmenso en reconocerlos, en aceptar que existen y darles un espacio para que se expresen sin juzgarlos. A veces, solo necesitamos escuchar lo que nos quieren decir, entender el origen de su mensaje y, luego, decidir qué queremos hacer con él. No es cuestión de derrotarlos, sino de integrarlos, de aprender a convivir con ellos y saber cuándo es momento de dejarlos hablar y cuándo es necesario ponerles un límite.
Al final, esos monstruos internos no son más que versiones de nosotras que aún están aprendiendo, que tienen miedos y deseos no resueltos. Son parte de nuestro viaje, del aprendizaje que nos da la vida. Porque, aunque quieran salir a veces con intenciones protectoras, la verdadera transformación está en entender que su presencia no define quiénes somos. Nos definen nuestras decisiones, nuestro coraje de mirarnos al espejo y reconocer que estamos en constante cambio.
En la siguiente oportunidad que te encuentres con uno de estos monstruos, no huyas. Siéntate con él, escucha lo que tiene que decirte y decide, desde tu lado más consciente y fuerte, cómo integrarlo a tu vida sin dejar que defina tu camino. Porque esos monstruos también quieren lo mejor para ti… solo les falta un poco de guía.