Siempre intento no pasar de largo los posteos en redes sociales con fotos o fichas de personas desaparecidas, sino (al menos) compartirlas. Intento no normalizarlas porque implicaría darle la espalda a Blanca Esmeralda, asesinada por buscar a su hija, Betzabé Alvarado; a Teresa Magueyal, a quien mataron por buscar a su hijo José Luis; o a María del Carmen Volante, quien sigue buscando a Pamela Gallardo, hermana de un compañero de la preparatoria.
También pienso en las y los familiares de los 43 normalistas de Ayotzinapa y en los cientos de personas que cambian su vida para ser buscadoras de un familiar, esas que guardan la esperanza de poder abrazar una vez más a su hija o hijo, a su madre o padre, a su tía o tío, a su prima o primo, a su hermana o hermano, a su amiga o amigo.
Esas mujeres (sí, en femenino, porque la mayoría de las que se convierten en buscadoras son mujeres) son a las que deberíamos llamar revolucionarias, con la diferencia de que ellas no escogieron serlo; las circunstancias (y el Estado) las obligaron a rebelarse contra el sistema de justicia de México.
La falta de respuesta de las autoridades ha orillado a esas mujeres a ser subversivas, agitadoras y transformadoras de la forma (muchas veces nula) en las que se busca a sus “amores”, como Rosalía Castro, cofundadora del Colectivo Solecito de Veracruz, se ha referido a las y los desaparecidos ante los medios de comunicación.
Esas revolucionarias usan palas como armas, para cavar, hacen escritos o toman un micrófono y alzan la voz. Sus pies también son una herramienta para recorrer grandes distancias y dar con esa nueva fosa que les dé esperanza. Esas mujeres ponen el cuerpo como escudo contra los criminales, quienes las han amenazado o incluso matado.
Cada una de ellas son las que deberían poder disponer de casi 100 personas para dar con el paradero de sus seres queridos. Y que no solo se invirtieran 5,925 pesos al año (sí, ¡al año!) para buscar a las víctimas de desaparición, lo que se destina en promedio para intentar encontrar a cada persona desaparecida.
Para nuestro presidente ha sido más importante destinar recursos económicos y humanos para repatriar los restos del revolucionario y periodista Catarino Erasmo Garza Rodríguez, de quien, por cierto, escribió el libro: Catarino Erasmo Garza Rodríguez: ¿Revolucionario o bandido?
Catarino murió hace 129 años en Panamá (antes la Gran Colombia), durante una guerra civil de ese país. Esto después de huir de México al ser perseguido por intentar derrocar al dictador Porfirio Díaz.
¡Es absurdo mandar un buque a Panamá con 80 militares y personal especialista de la Comisión Nacional de Búsqueda de la Secretaría de Gobernación, en medio de una crisis de desaparición! Más de 114 mil personas desaparecidas y no localizadas (aunque el nuevo censo generalizado diga que son 12,377).
Las mujeres buscadoras son las que deberían ser apoyadas y reconocidas por el presidente de nuestro país, Andrés Manuel López Obrador, a las que debería hacerles un libro por hacerle la chamba a su administración y a las fiscalías; darles justicia, reparación del daño y garantizar la no repetición; pero no, el ejecutivo ha tenido otras prioridades.