Marisa Wagner fue una poeta argentina que sobrevivió a la dictadura de Videla, que se mantuvo vigente entre 1976 y 1983. Un lapso oscuro en el que desaparecieron miles de personas y miles más fueron llevadas al límite del dolor en centros de tortura clandestinos. Todavía hoy las sobrevivientes buscan a sus desaparecidos sin encontrar respuesta.
Recientemente, en junio, falleció Nora Morales de Cortiñas, conocida como “Norita”, una de las cofundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo ―un grupo de mujeres que buscan a sus desaparecidos por el terrorismo de Estado―, quien no dejó de buscar ni un solo día a su hijo Gustavo, borrado por la dictadura de Videla. Nora murió sin saber nada de su paradero, como tantas otras madres en nuestro país.
Fue en este clima de muerte donde Marisa Wagner encontró en la escritura una grieta para escapar del aroma a putrefacción que provocaba la muerte en un territorio asolado por la violencia del Estado. Aunque Wagner salió viva de la dictadura, su salud mental no. El terror ocasionado por su esposo y amigos desaparecidos, le provocaron diversos brotes psicóticos que la llevaron a varios internamientos a lo largo de su vida, el último duró tres años ininterrumpidos.
Sobre esto, Marisa relataba: “Soy de una generación que puso el cuero, que pagó y seguimos pagando: mis compañeros con su vida, con sus hijos, otros buscando nietitos. [...] Ingresé a la Colonia Montes de Oca casi desnuda, sin identidad conocida, con 20 kilos menos y lo peor que te puede pasar es que nadie te cree cómo te llamás hasta que disminuye el brote… Nuevamente fui NN, lo que era más enloquecedor porque NN era mi ex pareja, mis 14 compañeros desaparecidos y mis otros 30.000 compañeros”.
Una mujer sin nombre, sin rostro. Una loca más. Eso fue hasta que el brote pasó y al fin le creyeron que se llamada Marisa, “poeta y loca”, como ella misma se describía.
Marisa fue otra mujer que tomó todo su dolor y escribió. Escribió para creer que existía otra posibilidad. Escribió para no dejarse morir. Escribió para devolverle la carne a los torturados. Escribió para aferrarse a su nombre. Hay que decirlo fuerte: Marisa. Marisa Wagner.
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Su único libro de poesía se llama Los Montes de la Loca, que hace referencia al lugar donde estaba ubicado el sanatorio en el cual estuvo encerrada por más tiempo, el barrio Montes de Oca. Ella explicaba que este poemario fue creado en una especie de exilio del mundo de afuera, el de los cuerdos: "Si yo no estuviera loca ¿Qué estaría? ¿Muerta?¿Desaparecida? Y estar loca ¿No es una manera como otra cualquiera de desaparecer o de morirse?"
Marisa contaba que escribir este libro fue su manera de gritarle al mundo que los sanatorios están habitados por personas que merecen dignidad, por seres hipersensibles que no soportaron la brutalidad del mundo: “Se enloquece por un dolor extremo o por una soledad extrema. Un mundo injusto genera subproductos patológicos, y eso somos nosotros. De hecho, algunas personas pueden zafar de la locura y sobreviven. Claro, se mutilan un riñón o el hígado, hacen algo psicosomático, mueren de cáncer… La enfermedad se les aloja en el cuerpo. Otras personas, con un mecanismo absolutamente sensible, enloquecemos. Este mundo genera locura por donde lo mires”.
Las palabras de Marisa me llevan a hacerme una pregunta enorme, la más grande: ¿Cómo escapar de la enfermedad en un mundo así de enfermo?
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Marisa es una de mis escritoras preferidas. Sus palabras son terribles, pero también tiernas. Ella se sumergía en la locura y en la política con mucho filo. Ella escribió en un acto desesperado de supervivencia y con ello nos salvó a muchas más. Al menos a mí me ha salvado un montón de veces. Puedo decir que la quiero, que cuando tengo miedo le hablo bajito, que la imagino diciéndome que en la locura no se crea nada, que más vale intentar a toda costa salir del agujero. Si te rompes, que sea saliendo, querida.
Hace unas horas, después de cuatro años, mi terapeuta me dijo que ya podíamos espaciar nuestras sesiones de manera quincenal. Suena tan torpe, pero después de tanto, es casi como si me hubieran avisado que gané el Pulitzer.
Quiero hablar con Wagner y decirle: lo estoy logrando, Marisa. Escribo y vivo. Canto y vivo. Estoy mejorando, Marisa.
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Marisa Wagner es como Sonic Youth. Un abrazo. Oscura. Rabiosa. Tierna. Marisa Wagner en un paseo por la enfermedad, por el abandono y la posibilidad de tejer otros lenguajes desde el margen.
Ahora pienso en Juego de espejos, uno de los poemas que más recuerdo de ella:
Cuando se toca fondo
y se mastica el polvo,
te das cuenta, aprendés,
que aún no lo has perdido todo,
que hay más para perder,
que el fondo,en realidad, no tiene fondo,
que aún se puede descender
y descender.
Se piensa que ya no se puede estar más solo
y sin embargo,sí se puede…
hay más soledad, te lo aseguro.
Pero un día…
un día cualquiera, se te da por mirarte en el espejo
(no abundan los espejos en el manicomio,
por razones obvias, se me ha dicho).
No importa, el espejo del que hablo, está en otro lado,
adentro.
Y te das cuenta, por ejemplo,
que tenés dos piernas,
te las mirás,las sometés a prueba,
y te vas a dar una vuelta por el parque del hospicio.
Y te cruzás entonces, con otro espejo que deambula,
más valioso y fidedigno…
¡Y acaece la revelación!
¡Qué voy a estar sola…si somos
mil setenta locos acá adentro!
Y cuando nos juntamos los espejos
uno le da coraje al otro y resistimos.
La subestimación.
La discriminación.
Los abandonos.
Pero bueno, estas ya no son cosas de locos.
Y sí, Marisa Wagner es fuerza. Es resistir a los designios. Es escribir, sobrevivir, aún cuando los pronósticos apuntan a otro lado. Marisa es convertir la mierda en flores, como decía ella.