Más complejo que cambios de humor: Día Mundial del Trastorno Bipolar
Cuando se trata de salud mental, creo que no puedo evitar comparar la evolución de los tabúes que se han desarrollado a través de la historia. Me gusta creer que ahora, con tantos medios de comunicación e información es posible observar una actitud menos prejuiciosa al respecto, sin embargo hay ocasiones en las que puede más el miedo y la desinformación que los nobles intentos por visibilizar y empatizar con cada caso y circunstancias.
Esto no quiere decir que debamos rendirnos y dejar de hablar de todo lo que implica la salud mental, ya que seguramente pasados los años seguirá siendo igual de importante abordar “los mismos temas” pues así nos actualizamos sobre qué ha cambiado o evolucionado. Sin embargo, necesitamos observar y escuchar un poco más sobre las ideas o actitudes que, al continuar, muchas veces minimizan las opciones de acercarnos a actividades de autocuidado como lo ofrecen la psicoterapia y la psiquiatría.
A cuatro días de conmemorar el Día Internacional del Trastorno Bipolar, comencé a repensar cómo ha sido la historia de vida de este trastorno en particular. La verdad es que solemos pensar en él como una enfermedad en la que tienes “cambios de humor”, que en un abrir y cerrar de ojos pasas de sonreír a llorar y luego vuelves a sonreír o gritar de dolor. Recuerdo que de adolescente escuchaba mucho que decían: “Ay es que ella/él es bipolar” y cuando preguntaba qué significaba eso, la explicación era “cuando una persona está de buenas y a los cinco minutos ya está de malas”.
Creo que muchas crecimos aceptando explicaciones como esta, como si se tratara de otra forma de describir lo compleja que es la adolescencia, sin embargo este trastorno realmente tiene una ciclicidad muy compleja y frustrante, principalmente para quienes lo experimentan en carne propia.
Pero, ¿qué es esa parte de la polaridad? La RAE nos regala la siguiente descripción “Condición de lo que tiene propiedades o potencias opuestas, en partes o direcciones contrarias, como los polos” y curiosamente es que mucho de nuestro mundo se basa en ubicarnos en polos opuestos. Parece una gran ironía que el gran reclamo e incomodidad con la Bipolaridad es que se dice que “o están bien o están mal, pero nunca hay puntos medios”, cuando por lo general, y más allá del trastorno en sí, juzgamos nuestras acciones o experiencias casi siempre desde si son “buenas” o “malas”.
Es decir, consideramos que solamente existen dos polos opuestos que, además suelen ser extremistas, por ejemplo: Si tienes una “buena vida” es porque seguramente es una “súper, hiper, mega, excelente vida” mientras que si tienes una “mala vida” es la más horrenda, terrible, abominable y despreciable experiencia del mundo. Claro que cuando volteamos a observar nuestras conversaciones y la forma en la que estos dos polos están siempre presentes en nuestras vidas puede que no usemos estos adjetivos “exagerados” para describir lo que sucede.
“Exagerado”, no soy fan de esa palabra porque, como muchas otras expresiones, suele ser muy subjetiva. Sobre todo me parece una forma muy descuidada de explicar cómo cada persona experimenta sus emociones y pensamientos, más tratándose de trastornos mentales. ¿Cuántas veces no les han dicho o ustedes le han comentado a alguien que está exagerando?
No creo que siempre se haga con mala intención, es una forma de buscar darle calma a la persona que está pasando por momentos complicados, aunque a veces sí rebasamos la línea del apoyo a la del juicio. Así ha sido el caso con la bipolaridad y el personaje por quién se eligió el 30 de marzo para conmemorar y visibilizar su existencia a nivel mundial.
Seguramente recuerdan la historia tergiversada y modificada sobre por qué Vincent Van Gogh decidió cortarse la oreja y regalársela a la mujer que amaba. Cada que llegaba a escuchar esa historia siempre había quien le agregaba detalles morbosos con los que no podías evitar pensar que Vincent era un loco de remate, un hombre fuera de sí y sin pudor o que no era "normal".
Por otro lado, recuerdo que muchos autores que se aventuraron a escribir biografías de Van Gogh siempre le atribuían un aura misteriosa y melancólica. Realmente se esmeraban por mostrarlo como un alma en pena que podía sacar su ser oscuro a través de sus magníficas obras, y muy pronto la sociedad atribuyó sus males a un requisito indispensable del perfil de un buen artista.
Lo cierto es que la bipolaridad no romantiza de ninguna manera cómo se viven las experiencias humanas. No es que Van Gogh haya sido un enamoradizo incomprendido por querer que “alguien tuviera una parte de él” literalmente. El panorama que presenta la bipolaridad es el de una vida con ciclos interminables de melancolía, depresión, manía y euforia. El cerebro deja de sostener las funciones primordiales de los neurotransmisores y vive un desajuste que bien podría llamarse infernal para quien debe enfrentarse a que le pregunten ¿Por qué está triste si todo va bien?
En 2017, la Secretaría de Salud en México reportó que cerca de 3 millones de mexicanos y mexicanas padecen este trastorno. La verdad es que es sorprendente como 3 millones de seres humanos desaparecen del mapa de la realidad y es que, la mayoría de las personas con cualquier trastorno mental no reciben la atención ni los cuidados especializados que les permitan aprender a convivir y moverse con el trastorno. Aquí es cuando nos damos cuenta que aún no estamos lo suficientemente alejadas de lo que se vivía en los 1900s dentro de la institución psiquiátrica más grande de México “La Castañeda”.
Las personas de entonces y ahora aún buscan formas de ocultar a quienes lidian con trastornos mentales, se cierran las puertas porque se descarta la posibilidad de que construyan una vida funcional considerando sus posibilidades, deseos y necesidades. Si bien la bipolaridad tiene una incidencia relativamente pareja, estadísticamente son más las mujeres quienes suelen recibir el diagnóstico de Trastorno bipolar II, lo que implica períodos depresivos mucho más prolongados sin llegar a episodios maníacos completos.
Si nos detenemos un poco en está última parte, culturalmente ha persistido la creencia de que una mujer en un episodio maníaco no es bipolar sino una loca histérica. Ya desde ese juicio de valor es que se van creando callejones sin salida que muchas veces resultan en falsos diagnósticos para mujeres que bien podrían acceder a la atención especializada de psiquiatras y psicoterapeutas. Los tratamientos claro que van a incluir medicamentos para regular la función de los neurotransmisores y hay personas que pueden llevar una vida completamente funcional a partir del tratamiento correcto y humanizado que se les ofrezca.
Si bien no podemos aseverar que todo el tiempo para todas las mujeres es igual la manera en la que muestran signos, síntomas o que tienen una media general de la duración de cada episodio, que por cierto, no durán 5 minutos y se acaba. Tanto los episodios depresivos como maníacos pueden tener una duración de meses a años, por lo que “estar de buenas y 5 minutos después andar de malas” no es un buen parámetro de acercamiento al tema.
Necesitamos continuar la labor de aprender primero sobre este trastorno antes que usarlo como “el mejor insulto que se nos haya ocurrido” cuando una persona la está pasando mal o teniendo dificultades para comunicar o comprender sus emociones.
Es necesario también romper con esa falsa sabiduría que todas nos adjudicamos cuando se trata de nuestra salud mental pues esto lleva a consecuencias tan terribles como el suicidio de quien no recibió la atención especializada necesaria.
Comenta, comparte, conecta