El vestuario se afirma como una declaración sobre las formas de ver y habitar el mundo
-Maria Cristina Fula Lizcano.
La moda es una de mis grandes pasiones en la vida. Me gusta probarme diferentes atuendos, jugar con mi ropa como una niña pequeña que se mira frente al espejo con los zapatos enormes de su madre y un montón de collares en el cuello. Pero, sobre todo, me encanta debrayar sobre su capacidad de ejercer poder, de responder a preguntas como: ¿Por qué la moda es política? ¿Cómo se relaciona la indumentaria con los espacios de toma de decisión? ¿Cuáles son los discursos que se ocultan en los atuendos que usan las personas candidatas de cualquier partido en cualquier parte del mundo?
Usualmente la moda es entendida como una simple banalidad de la vida. Sin embargo, esta creencia no hace más que tejer todos esos vacíos donde la indumentaria es también empleada como un instrumento de control y manipulación silencioso. No mirar su complejidad, es no entrar a un mundo capaz de mostrarnos algunos de los dispositivos mejor construidos para controlar a las personas.
A esto se le conoce como “soft power”. El poder blando se refiere a la capacidad que tienen los actores como el Estado para hacer valer su voluntad sin utilizar la fuerza. Contrario a ello, se emplean tácticas “suaves”, casi imperceptibles, que tienen como fin el moldeo ideológico. En este caso, la moda es una gran herramienta para ello: a través de la vestimenta se construyen un montón de discursos que son asimilados automáticamente.
El político y escritor Joseph Nye describe al “soft power” como: “La habilidad para conseguir lo que uno pretende por medio de la seducción, y no por medio de la coerción o el pago. Surge del carácter atractivo que tienen la cultura, la política o los ideales políticos de un país”.
El esplendor de la moda asiática y su cultura, por ejemplo, no son un juego gratuito, vienen de la mano de estrategias geopolíticas para expandir el poder de países como China, Japón o Corea del Sur. El juego geopolítico de la actualidad sucede también en los espacios mediáticos y virtuales, se da a través de la música, el cine, la literatura y, lo reitero, la moda.
La escasez de tallas grandes en las tiendas departamentales, ¿te parece una coincidencia?¿ La ropa en tendencia es popular por arte de magia? ¿Cuáles son las lógicas en juego? ¿Cuáles son las prendas aceptadas socialmente y cuáles te convierten en una persona “sospechosa” o indeseable?
La moda hegemónica, la que inunda las tiendas departamentales, construye discursos que refuerzan el racismo, la gordofobia, la misoginia y la explotación capitalista, entre muchas, muchas otras cosas. Ahora bien, cuando se trata de mirar los procesos políticos, la cuestión es más interesante. Por un lado, se vuelve evidente que las mujeres tienden a “masculinizarse” estéticamente para ser miradas con respeto dentro de los espacios de poder.
No sé si recuerdas que en 2013 se armó una polémica espantosa cuando la diputada del PRD, Crystal Tovar, llevó a una sesión una minifalda. La noticia ―porque, aunque parezca broma, fue una noticia― llenó algunos de los periódicos más importantes del país.
Pienso también en Kamala Harris quien, al posar para la revista Vogue en 2021 en un par de zapatillas Converse, generó otro debate insufrible sobre lo poco seria que se veía así. ¿Cómo podría la población confiar en una mujer que usaba Converse? Al menos, esa era la pregunta que muchas personas se hacían.
Por supuesto, los espacios de poder tienen una lógica estética masculina, rígida, blanca, abrumadoramente gris. Y esto es simplemente una extensión de cómo funciona el sistema, de lo cerrados que son los espacios de toma de decisión y de quiénes pueden acceder a ellos.
El uso popularizado de las y los políticos mexicanos de ropa supuestamente creada por artesanas mexicanas, es también una clara estrategia para venderle a las personas un discurso de cercanía. El empleo de colores encendidos (fosfo, fosfo) para acercarse a grupos poblacionales más jóvenes, tampoco es una casualidad.
Sobre esto, las académicas Teresa Sádaba y Gabriela Ambás, explican que: “La relación entre moda y política no es nueva. En realidad, la moda surge amparada en el estatus social y la capacidad de influencia y poder, consustanciales a la política. Ambos mundos, tal y como se entienden en su sentido moderno, nacen bajo las directrices de los príncipes renacentistas y adquieren todo su esplendor en la corte francesa de María Antonieta”.
Para Lipovetsky, por su parte, la moda es un sistema generado para la individualización y la seducción; es un recurso que genera una impresión instantánea, automática, capaz de crear rechazo o aceptación en un segundo. Aprender a mirar la moda más allá de un recurso para “vernos bien” y mirarla como un sistema capaz de moldear ideológicamente y ejercer poder sobre los cuerpos de las personas, es esencial para entender cuál es el verdadero papel político que juega en nuestras vidas.