Desde que vivo sola, me hice más consciente de lo importante que es prestarle atención a las señales que nos envía nuestro cuerpo para alertarnos sobre lo que no anda bien, pero no fue hasta hace un par de meses que entendí el verdadero significado de la frase “ningún dolor es normal”.
Mi mamá llevaba meses ignorando un cólico, al que no le prestó atención porque “no era insoportable” y porque estando en la menopausia, pensaba que era algo completamente normal. Todo cambió cuando fuimos a su check up ginecológico (que por cierto también pospuso durante mucho tiempo), para enterarnos de que el cólico era consecuencia de algo parecido a una tumoración en el útero…
Afortunadamente todo tiene un final feliz, porque resultó no ser maligno, pero sí derivó en una cirugía preventiva. Después de esto, sólo pudimos pensar en lo diferente del escenario si desde el primer momento en el que sintió dolor, por tolerable que fuera, hubiera ido al médico. Pero ajá, el hubiera no existe y sin culpas ni remordimientos, lo único que queda es tomar el aprendizaje para no cometer el mismo error en el futuro.
En el día a día nos acostumbramos a ignorar esos dolores de cabeza frecuentes, a justificar el cansancio extremo, a minimizar ese dolor agudo en el abdomen que aparece de vez en cuando. Nos convertimos en expertas en encubrir nuestro sufrimiento, como si se tratara de una insignia de honor. Pero, ¿qué pasaría si nos diéramos cuenta de que ningún dolor es normal? ¿Y si entendemos que cada malestar es una señal de nuestro cuerpo, un llamado urgente que debe ser escuchado?
Ignorar las señales que nuestro cuerpo nos envía puede tener consecuencias graves. Un dolor de cabeza persistente podría ser más que estrés, como un problema neurológico o una migraña crónica que requiere tratamiento específico. Ese dolor abdominal que desestimamos podría ser un síntoma de endometriosis o algo como lo que le pasó a mi mamá. Incluso un cansancio constante, podría ser un síntoma de anemia, problemas de tiroides o hasta depresión.
El miedo es, en muchos casos, el enemigo que nos mantiene alejadas de los consultorios médicos. Miedo a lo que podríamos descubrir, a que nos digan que algo no está bien. Preferimos posponer la visita médica con la esperanza de que ese dolor desaparezca por sí solo. Sin embargo, cuanto más postergamos, más riesgos corremos. Un diagnóstico temprano puede ser la diferencia entre una solución sencilla y una batalla larga y dolorosa contra una enfermedad avanzada.
La prevención es la clave. No se trata de vivir con paranoia, pero sí de prestar atención a nuestro cuerpo, de darle la importancia que merece. Los estudios médicos regulares, como las mamografías, los chequeos ginecológicos o los análisis de sangre, no son una opción, sino una necesidad.
Como mujeres, solemos priorizar el bienestar de los demás antes que el nuestro. Cuidamos de nuestras familias, de nuestras carreras, de nuestros hogares, y en medio de todo, olvidamos cuidarnos a nosotras mismas. Pero si algo es claro, es que nuestra salud es el cimiento sobre el cual se construyen todas las demás áreas de nuestra vida. Sin ella, todo lo demás tambalea.
No esperes a que el dolor se convierta en algo insostenible. Nuestra salud es nuestra responsabilidad y merecemos cuidarla como el tesoro más grande y valioso. Al final del día, no hay excusas que valgan cuando se trata de nuestro bienestar.