Un día le dije a alguien que si yo fuera música, probablemente sería algo así como Mazzy Star o Lou Reed. No tengo idea de qué tan cierta siga siendo esta afirmación, lo que sí sé es que cuando escucho a Lou Reed algo primario se enciende en mi barriga. Me siento mecida, arropada, como en una balsa que se mueve muy despacito en un río de color azul eléctrico. Hey, honey. Take a walk on the wild side.
No estoy segura de si tiene sentido lo que te voy a decir, pero Perfect Days, la más reciente cinta de Wim Wenders, y Transformer ―ese grandioso álbum que Lou grabó en 1972― me hacen sentir exactamente lo mismo: que el presente es una cosa reconocida por la piel, que siempre hay algo más allá del lenguaje, del ruido. Ambos, la película y el álbum, son como un plato de ramen: se siente calientito en el cuerpo.
La cinta narra la cotidianidad de Hirayama, un limpiador de urinarios públicos. Y con una sutileza impecable te sumerge en su vida: en sus obsesiones, sus tristezas, sus amores, pero, sobre todo, su mirada. Él tiene la capacidad de sorprenderse, de observar las hojas de un árbol y sonreír, de jugar como niño persiguiendo una sombra, de poner su felicidad entera en un vaso de agua.
Este largometraje es un manifiesto para existir en el presente, para dejarse sostener por la música y el arte. Por ejemplo, amo muy especialmente las siguientes escenas:
1.- El protagonista se tira al suelo, en medio de sus libros, y escucha Perfect Day de Lou Reed.
2.- Llora con la voz de Nina Simone: It's a new dawn, It's a new day, It's a new life for me. And I'm feeling good.
3.- Sonríe al oír el timbre inconfundible de Patti Smith.
4.- Se sumerge casi entero en una tina y sabes por las arrugas de sus ojos que está sonriendo.
Adoro también su forma de llorar, de guardar silencio, de saberse solo y herido y dispuesto a convertirse en una rola de Janis Joplin para ser azul-azul, como el río en el que me imaginé flotando mientras veía la cinta.
Hay diversas pistas en la película, gracias a las cuales comprendí que se trata de un sujeto nacido en lugares oscuros. Al ver a su hermana, llora con un dolor singular y, al sentir el corazón roto, corre por cervezas y las bebe de una forma también muy singular. Uso este adjetivo adrede, porque en esas acciones hay algo que no puedo nombrar. Si lo hiciera explotaría.
Mi amiga Norma siempre dice: “quien ha tenido la herida, reconoce la cicatriz”. Resulta que, luego de ciertas circunstancias, una entiende algunos gestos, los que te revelan algo siniestro detrás del sosiego con el cual se vive un día a la vez. Creo que se observa con tanta sorpresa al mundo, igual que el protagonista, cuando antes lo supiste completamente perdido. O quizás me equivoco y, en palabras de Anne Sexton, estoy viendo venenos donde no los hay.
Lo cierto es que en la pantalla aparece un protagonista consciente de su paso. Engullido por su propio lenguaje. En un tiempo-polilla, en un ritmo solo suyo. Y así entendí la frase que le dice a su sobrina: “Ahora es ahora. La próxima vez será la próxima vez”. Tal como estas palabras, toda la cinta esconde un montón de secretos acerca de volver al paso rumiante que propone la filósofa Lucrecia Masson. Perfect Days invita a detenerse, pausar y apostar por la lentitud animal.
Ahora pienso en Hirayama y un verso de María Choza: “Dios, enséñame a verte en cualquier sitio”. Enséñame a mirar la belleza de un urinario; enséñame a no extrañar tanto el ruido; enséñame a encontrar lo sublime en un plato de fideos resecos, le respondo.
Para cerrar este chismecito cinéfilo, quiero poner por acá la opinión que colgué en mis redes sociales tan solo unos minutos después de ver Perfect Days. No sabría decir nada más honesto:
“Qué bellezaaaaa. Confirmo que esta película es 100% Lou Reed. Creo que es un poema a lo cotidiano, a la suavidad de esas cosas que nos atraviesan en silencio, como fantasmas.
Amé totalmente”.
Y sí. Qué vivan Lou Reed y Patti Smith porque el ahora, es ahora.