Escribo estas líneas con el estómago revuelto solo de recordar que hace poco más de un año, supe que mi sobrino se quería suicidar. La angustia que sentí no estaba ni cerca de lo que mi hermana estaba experimentando al enterarse de que su hijo mayor, de tan solo 15 años, estaba ideando maneras de quitarse la vida.
Él dejó de comer, pasaba día y noche encerrado en su cuarto, dejó de ir a la escuela y cuando iba, no entraba a clases. Reprobó el año. Nada lo motivaba. La ansiedad, miedo y preocupación invadió a toda mi familia.
Una vez entró en crisis y su mamá lo llevó a urgencias del Hospital Psiquiátrico Infantil de la Ciudad de México. El personal médico que lo valoró recomendó que se quedara internado, pero él no quiso porque tenía miedo de sentirse más solo y triste. Le rogó a su madre que no lo dejara. Esa noche regresamos a casa con la incertidumbre de no saber si lo lograría.
En esos días, recuerdo que muchas veces su semblante y conversaciones eran ordinarias. En una ocasión alentamos juntos a su primo, en un partido de futbol, mientras le mandaba mensajes a su prima despidiéndose de ella y recordándole que la quería. Con ese mismo andar calmado salió del hospital la misma noche que llegó a atenderse la crisis, quizá solo haciéndonos entender que la depresión y la ansiedad no es como la muestran en las películas.
Nuestra alternativa fue atender la segunda recomendación médica: buscar ayuda psiquiátrica y psicológica, algo que ya habíamos intentado pero que no habíamos logrado consolidar.
Nadie de la familia dejó de intentar convencerlo de que retomara sus actividades y terapias. Sin embargo, no fue hasta que él mismo se convenció de no querer sentirse mal, con una profunda tristeza, con picos de enojo y frustración por no entender lo que le pasaba a su cuerpo y mente.
Retomó terapia conductual y psiquiátrica. Su diagnóstico fue ansiedad y depresión, lo que para algunas personas pudo parecer absurdo si les tocó verlo reír o conversar coherentemente de cualquier tema, quizá por creer que las enfermedades mentales solo se ven como en las películas.
Luego de algunas pruebas, se confirmó que su cerebro es neurodivergente (el nuestro es neurotípico). Él tiene Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Sin embargo, es importante saber que no todas las personas que se suicidan sufren algún padecimiento mental.
He aprendido que no hay que tener miedo a preguntarle cómo se siente, en qué le puedo ayudar y hacerle saber que estoy aquí para él. Hace unos días le pregunté qué creía que le había ayudado a decidir seguir con vida, les comparto su respuesta sin intención de que se tome como la única solución a una preocupación similar, pues, como leerán, aún estamos camino a encontrar un equilibrio:
“Una frase que nunca se me olvidará de un psicólogo que me atendió me ayudó muchísimo. ‘No quieres morir, solo quieres dejar de sentirte así’, fue la frase que me ha marcado hasta hoy en día que decidí seguir aquí, vivo. Esto no quita que haya muchísimas veces que siga pensando en que quizá sería mejor dejar todo como está y abandonar este plano; sin embargo, gana el querer vivir, el querer experimentar, el querer disfrutar de una vida a mi modo. Me gana el hambre de vida”.
Mañana 10 de septiembre es su cumpleaños. ¿Sabías que ese día se celebra el Día Mundial de la Prevención del Suicidio? Me respondió, “sí, septiembre es especial para mí porque decidí quedarme”.
En 2023, cuando mi sobrino estuvo a punto de suicidarse, el Inegi registró la tasa más alta de suicidios desde que tiene registro (6.8 suicidios por cada 100 mil habitantes). Él, a sus 16 años, pertenece al rango de edad (15 a 24 años) en el que el suicidio es la tercera causa de muerte. Entre las jóvenes de esas edades, las lesiones autoinfligidas son la cuarta causa de muerte.
A la familia, amigos o amigas, nos queda acompañar, apoyar, no minimizar su sentir, llevarlo con las especialistas adecuadas y hacerle saber que lo amamos y que no está solo. Hay que ser pacientes y entender que el tratamiento no es magia como para que todo cambie de un día para otro; es un proceso.
Ojalá que la persona que alguna vez te dijo que no tenía ganas de vivir, también siga eligiendo quedarse.
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