Cómo transformo nuevamente
todo esto turbio
en algo bello.
-Zulma Francelia
Es sábado, escribo esto mientras suena Janis Joplin. Mi cuerpo está agotado. Tengo una lista infinita de pendientes y muchas ganas de solo tirarme al suelo, hacerme bolita y quedarme ahí todo el día, sin lenguaje, sin movimiento; ser una masa inerte que alguna vez fue una mujer. Pienso entonces en lo que me sostiene en medio del tedio y llega una respuesta inmediata: mis amigas, los libros, la música y el amor por el amor.
Esa combinación de palabras me lleva a todas las mujeres que actualmente escriben sobre estos temas, que cuando las leo me siento acompañada porque hablan del mismo hartazgo, de vivir en un departamento chiquito, de tener hambre o miedo o ambas. Y viene a mí un verso, uno que pegué en la pared de mi casa: “Tal vez sólo estoy cansada de andar por este mundo raro y absurdo”.
Es de la poeta Zulma Francelia y hoy quiero hablarte de ella. De sus ropas negras, de su amor por los Pixies pero, sobre todo, de la fuerza de su obra; de cómo sus poemas habitan lo cotidiano desde una mirada donde el dolor y el placer parecen la misma palabra.
Su libro Lugares comunes llegó a mí en el momento indicado. Recuerdo que acababa de mudarme y lo encontré en una de las cafeterías de mi nuevo barrio. Me llevé su poemario a casa y lo leí sin detenerme hasta terminarlo. En medio de un departamento vacío, con tantos huecos por la falta de muebles, me sentí menos sola. Era como si Zulma tocara a mi puerta y me regalara una frazada.
Esta columna no tiene la intención de hacer un análisis o una reseña sobre la obra poética de Zulma. Lo espectacular está en las palabras de ella, no en lo que yo pueda decir acerca de su trabajo. Por eso, lo que realmente me interesa es dejar por aquí una muestra chiquita de sus poemas para que, cuando te sientas adolorida, te acerques a ellos y algo dentro de ti se vuelva a poblar:
¿Qué tanto tengo que fingir
para que se den cuenta
de que soy yo quien habla
y no otra?
Una vez me dijo mi padre:
“lo que empieza fácil, termina fácil”.
Y aquí estoy yo, después de varios años de peleas,
de borracheras,
desayunos,
risas,
lágrimas,
abrazos,
reprochándole a mi padre
esa mentira tan grande.
De pronto me siento sin ganas de levantarme de la cama,
de encender las luces del patio porque tengo miedo,
de callar al gato que chilla a media madrugada en la sala.
Me acurruco en el rincón del cuarto
y pienso que no existe cosa más triste en la vida
que sufrir por no sentir nada.