Hoy pienso en Rosario Castellanos, cuando en su poema “Autorretrato” dice: “Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo —aunque no tanto como dice Weininger que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre. Lo cual, por una parte, me exime de enemigos y, por la otra, me da la devoción de algún admirador y la amistad de esos hombres que hablan por teléfono y envían largas cartas de felicitación”.
Siempre que leo estas líneas me sorprende muchísimo que Castellanos se llame a sí misma “mediocre”. ¿En qué mundo la potencia de Rosario entraría en los reinados de la mediocridad? Luego pienso en cómo se veían a sí mismas muchas de mis escritoras favoritas, como Woolf, Pizarnik, Plath o Sexton y la respuesta es dolorosamente parecida: insuficientes.
Hace algunos meses publiqué mi primer libro de ensayos, desde entonces todo marcha bastante bien. Mi editor me anuncia constantemente que el manuscrito se vende. Recibo halagos, felicitaciones, comentarios llenos de cariño. Actualmente tengo los empleos de mis sueños. Vivo en mi propio refugio, por mi cuenta, en un espacio para escribir y pensar y llorar y reír. Me rodeo de plantas y personas que me tratan suavecito. Pago la renta gracias a mi escritura. Todas estas son cosas que añoré desde niña y ahora las vivo, existen. El sueño hecho realidad.
Entonces, ¿por qué me siento tan pequeña?, ¿por qué sigo creyendo que nada de lo que hago es suficiente?, ¿por qué este vacío se expande así, de esta forma atroz?
La otra tarde, mientras lloriqueaba en mi habitación, sentí en mi cuerpo eso que Deleuze y Guattari explicaban al señalar que el deseo no tiene fondo. Es decir, el deseo nunca se llena, al contrario, siempre se está vaciando. Cuando he logrado otra meta, ya estoy hueca de nuevo.
La sensación de insuficiencia crece, sin importar qué.
Avanza y me hunde.
Me siento como una niña esperando la palmada de su padre en la espalda. Asustada. Completamente segura de que el afuera es un lugar hostil y peligroso, igual que el adentro.
Para Byung-Chul Han el cansancio y la insuficiencia son esos lugares a los que nos arrastra el sistema para que seamos más fáciles de manipular, de manejar. Zombies empequeñecidos ante la monstruosidad de los ideales de éxito imposibles, ante un ritmo vertiginoso que ningún cuerpo humano puede tolerar.
Ahora pienso en Idea Vilariño, en su poema “Todo es muy simple”:
Todo es muy simple mucho
más simple y sin embargo
aún así hay momentos
en que es demasiado para mí
en que no entiendo
y no sé si reírme a carcajadas
o si llorar de miedo
o estarme aquí sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi vida
mi tránsito
mi tiempo.
A veces todo es demasiado, arrollador. Y yo me quedo aquí, tecleando en silencio, con la certeza de que esta sensación de insuficiencia se expandirá en mí hasta crear un jardín, uno con hierbas trepadoras y plantas venenosas.
Creo que, para ir más allá de la insuficiencia, es urgente abortar las ideas de éxito que nos inyecta el sistema, la necesidad de creer que ser alguien en la vida está ligado con aplausos o estrellitas en la frente.
Tal vez si...
Quizás si...
A lo mejor si me dejo caer en eso que tanto temo, en la mediocridad, y la miro muy bien ―más allá del terror que le tengo― me de cuenta que lo único que la habita, si me decido por abrazarla, es la libertad de ser yo, de fallar, de ser humana. De sentirme valiosa sin la necesidad de fuegos artificiales, con simpleza, como una caricia que avanza despacio, sencilla. Así, sin ruido.