Se acerca el 28 de junio, el Día Internacional del Orgullo LGBT, otra de esas fechas que me traen un sabor amargo. En una charla sobre este tema, uno de mis amigos me preguntó si yo era parte de la “comunidad”. Le dije que no. Y no me malentiendan, no soy heterosexual; me considero parte de la disidencia sexual, pero no de la comunidad LGBTIQ+, un espacio que me parece tristemente light (cuando digo esto, hablo de la profunda despolitización, del blanqueamiento, de la misoginia, el racismo e, irónicamente, del pensamiento heteronormado que le habitan).
Pasa que con la marcha del orgullo me sucede algo parecido que con el #8M, me enoja la presencia cada vez más constante del capitalismo y el Estado digiriendo al movimiento. Pero, el ocho de marzo, me angustia dejar solas a las madres y los padres buscadores en medio de la marea de personas que van únicamente por la selfie.
En el día del orgullo, por otro lado, no me preocupa dejar en solitario a nadie: desde que tengo memoria les acompañan las trasnacionales que fracturan al mundo todos los días; las mismas que ponen a personajes marikas en sus programas mañaneros para cagarse de risa; los mismos que dejan sin agua a muchas de las comunidades del país; los mismos que colorean su logo en junio mientras su línea de trabajadores precarizados está constituida únicamente por cuerpos blancos y hereocis.
Así no marcho, me digo. Si no es para erradicar lo podrido de este sistema de muerte, no. Porque siempre, sepan, siempre preferiré al grupo de revoltosos de los que hablan mal en las noticias mientras les comparan con el resto de ciudadanos modelos ―los democráticos, los que salen a “tomar” las calles como Dios y el Estado lo mandan―.
Que quede claro: no estoy en contra de la fiesta. La fiesta es política, subversiva y eso lo sabemos bien. Lo que me molesta es la domesticación, que incluso ese carnaval ocurra bajo sus absurdos lineamientos que celebran el orgullo de una “diversidad” blanca, la de los homosexuales con capital económico, mientras los marikas periféricos-locos-prietos-indígenas y lxs queers que no se ven como Harry Styles son desaparecidos, asesinados y silenciados frente a la mirada cómplice de las mismas marcas junto a las que marchan año tras año.
Ahora me cuestiono: ¿Cómo voy a pertenecer a una “comunidad” despolitizada que realmente parece luchar por la libertad del capital, que hace mofa de todas las otras personas que no entran en sus estándares clasemedieros? Por ejemplo, hace poco se viralizó la imagen de dos hombres homosexuales y periféricos que festejaban su matrimonio. La “comunidad” no tardó mucho en compartir dicha imagen para burlarse de esos cuerpos no blancos que se atrevieron a… ¿Amarse? ¿Los gays con pieles prietas y sombreros no tienen derecho a quererse? ¿No se supone que love is love? ¿Cómo es posible que a muchas de estas personas no les quepa en la cabeza que también hay disidencias racializadas, precarizadas, desempleadas y O+?
Al respecto, la activista y escritora trans, Mikaelah Drullard, señala: “Ante este panorama, quiero primero denunciar la falsedad de la idea de comunidad lgbtiq. No son una comunidad, ni saben lo que significa una. Se supone que lo comunitario deberían ser esos espacios políticos donde priman los puentes y las resistencias colectivas de cara a los procesos extractivistas que nos despojan de la vida”. Pero no, se trata de una colectividad que, en general, se agrupa solamente para dejarse acompañar por quienes nos arrebatan el deseo, la existencia.
Y ni hablar de los polis comunitarios que se dedican a invalidar a todas las personas que no son “pura” y “absolutamente” gays como la biblia homosexual lo manda. Qué me dicen, por ejemplo, de las lesbianas, re-lesbianas, para quienes mi deseo no es válido, ni suficientemente disidente porque también me mojan los varones. Qué pensar de todas esas personas que señalan las experiencia pan o bi como insuficientes porque no pertenecen cien por ciento al ámbito de lo que ellos entienden por “geidad”. ¿No es esa otra forma de normativizar la sexualidad y encadenar el deseo múltiple que nos habita? ¿No son esas las tácticas de la heteronorma?
Bien lo dice Mikaelah: “la homosexualidad ha dejado de ser disidencia, al menos en este contexto y territorio que habito, para convertirse en una forma distinta de ser heterosexual”. Por su parte, le artista y performer Lechedevirgen, dice: “Yo no siento orgullo, siento rabia. A la fecha me pregunto ¿De qué están orgullosos? ¿Del matrimonio igualitario y la adopción en los casos que efectivamente repite de igual forma los mecanismos de la familia nuclear heteronormativa, del mercado rosa y sus condones gratuitos, de defender lo que creen que son, enclaustrados en categorías con reglas y castigos, categorías igual de fijas y monolíticas que la heterosexual? No lo sé. Donde ellos ven tolerancia, yo veo violencia, donde ven batallas ganadas, yo veo domesticación. Donde ven activismo, yo veo modas pasajeras”.
Dentro de las palabras conocidas, aceptadas, diría que soy pansexual. Pero no me gusta el término, por eso cuando me preguntan, simplemente digo que “piso parejo”. Me resulta divertido y mucho más cercano que “pansexual”, una palabra que no cabe en mi cuerpo. Llevo tiempo nombrándome marciano, ante mi incapacidad para saberme persona; in-sana no-enferma, frente a mi resistencia para ser parte de sus dispositivos de medicación y saneamiento.
Abogo, entonces, por crear otros lenguajes, otras vidas, otras miradas más allá de lo aprendido, lejos de las herramientas del buen comportamiento. Por eso, cierro este texto con otra cita de mi amade Lechedevirgen: “No hay nada al final del Arcoíris. No luchemos por ser aceptados o tolerados, no luchemos por la olla de oro de un neoliberalismo con consignas multiculturalmente incluyentes, reinventemos y afilemos las capacidades de nuestros frentes, reinventemos nuestras estrategias, nuestras herramientas, también nuestras luchas e incluso el mundo si es necesario”.
Creo que sí toca reinventar al mundo. Y que soporten quienes tengan que soportar. Como escribió la poeta argentina Susana Thénon:
"Hagamos
otros dioses
menos grandes,
menos lejanos,
más breves y primarios.
Otros sexos
hagamos
y otras imperiosas necesidades
nuestras,
otros sueños
sin dolor y sin muerte.
Como quien dice: nazco,
duermo, río,
inventemos
la vida
nuevamente".