La metamodernidad, una respuesta a la ambigüedad y la incertidumbre de la posmodernidad, nos insta a buscar una síntesis entre la nostalgia y la innovación, entre lo real y lo virtual.
-Mónica Zamora
Creo que no sé quién soy. Intento hacer un mapa de mí, mis gustos, mis dolores o mis goces y no estoy segura de nada. Perderse es muy sencillo y no sé cuándo me solté o en dónde me dejé abandonada.
Me cuesta separar las cosas que a mí me interesan de aquellas que otras personas han puesto en mí. Me siento confundida, me miro al espejo y veo una figura abstracta que avanza en medio de la indecisión y un sinfín de contradicciones.
Luego, en uno de esos diálogos internos que una tiene mientras lava los trastes, me pregunté: ¿Por qué tendría que definirme tan escrupulosamente? ¿Cómo lograr separarme en absoluto del resto de la gente? Lacan decía que vivimos en la mirada del otro y eso me parece cierto. Habitamos en una exasperación por darnos forma, por encontrarnos fuera de los otros, por nombrarnos desde un lugar íntimo y propio; sin embargo, existimos también para otros. De una u otra forma, nos importa lo que piensen acerca de nosotras porque somos parte de un colectivo (aunque a veces nos guste negarlo para hacernos las underground).
Como siempre, traté de apaciguar mis dudas en libros y artículos de internet. Así llegué a una palabra que había escuchado, pero que jamás me había detenido a explorar. Estoy hablando de la “metamodernidad”, un término acuñado por los autores Vermeulen & R. Van den Akker. La escritora Mónica Zamora, en su artículo Metaverso y metamodernidad: la revolución arquitectónica del siglo XXI, describe a la metamodernidad como “un concepto que ha surgido en la teoría cultural y se refiere a un periodo de tiempo y una sensibilidad que se encuentra entre la posmodernidad y lo que podría considerarse una nueva modernidad”.
Se trata de un concepto interesante que explica la forma en la que hemos aprendido a vivir y a sobrevivir en medio de tantas crisis. Atravesamos por problemáticas políticas por todas partes, despojo de territorios, sequías, incendios forestales, guerras, genocidios, narcotráfico, precariedad, desamor, cansancio, desempleo, desaparición forzada, feminicidios... ¿Cuál ha sido la manera de mantenernos de pie entre todo esto? El cambio constante, la indefinición, la adaptación al caos. Si algo sabemos actualmente, es esperar casi cualquier cosa y sobrevivir a ello.
Por lo tanto, la metamodernidad se caracteriza por un flujo vertiginoso de información, por una forma de vida que conoce poco sobre la estabilidad y mucho sobre sobre la impermanencia. Frente a esto, la metamodernidad es una mutación, una combinación de indeterminaciones, una contradicción a la que poco le interesa definirse desde las formas tradicionales. La metamodernidad es la ruptura de las fronteras.
Si bien la posmodernidad implica la destrucción de los grandes relatos y mitos que sostenían a la humanidad; la metamodernidad se distingue por buscar la reinvención de narrativas, de historias para salir a flote.
“Soy simplemente un resultado de mi tiempo”, me digo para consolarme. Se supone que el individuo metamoderno es un ser que oscila entre los extremos: por un lado le agobia una tristeza absoluta, y por otro se entrega a las rutinas de skin care o autocuidado contemporáneos; anhela la búsqueda de nuevos caminos para la organización comunitaria, al tiempo que anhela desaparecer del foco y existir en un bosque alejado de todo lo conocido. El ser metamoderno es una persona amante de la naturaleza que hace composta en su departamento citadino, mientras compra una nueva cafetera por Mercado Libre.
Es decir, lo metamoderno es Donna Haraway y su visualización de aquellos cyborgs que eran una mezcla entre lo humano, lo robótico y lo animal. Lo metamoderno es Everything Everywhere All at Once, una película repleta de historias, sonidos, formas, colores, risa, llanto, odio, rabia y goce; lo metamoderno es Shakira haciendo corridos tumbados que al mismo tiempo son reggaetón y una balada pop romántica. Lo metamoderno es el shitposting volviéndose carne.
¿Y de qué otra forma podríamos vivir entre tantos derrumbes en el mundo si no es confundidas? Pienso que este momento histórico está marcado por un montón de personas que no tienen ninguna clase de rumbo, que dan pasos al aire con la esperanza de hacerse un camino hacia algún lugar, pero ese sitio nunca llega.
Me digo, entonces, que es importante aceptar la invitación de la metamodernidad y abrazar el caos; abrazar esta incapacidad de entender con absoluta certeza a esta mujer que me habita, que me habla, que me escribe. Tal vez de eso se trata, de no saber. Siempre pienso que algunas personas nacemos con la brújula estampada y tampoco es para tanto. Bien decía Clarice Lispector que “perderse también es camino”.