Cuídate, querida. Hazlo por ti, por mí y por las que ya no están.
We only said goodbye with words. I died a hundred times. You go back to her and I go back to black, le cantaba Amy Winehouse a ese hombre que la hizo cachitos. Todavía recuerdo las noticias del 23 de julio de 2011, cuando Amy murió. ¿Tú te acuerdas? Yo era una niña pero escuchaba embelesada la historia de aquella mujer que se había visto aquejada toda su vida por la bulimia, las drogas y eso a lo que los presentadores de televisión llamaban “desamor”.
Ahora mismo escucho la música de Amy, su voz me quiebra los huesos. La imagino en sus últimas presentaciones, temblorosa, totalmente perdida en quién sabe cuántos fármacos combinados con alcohol. Pero, sobre todo, aplastada por la explotación de su padre, por los medios y la necesidad de ser elegida por su entonces novio.
Luego volteo y miro de cerquita la historia de Sylvia Plath, una de las plumas más talentosas que he leído. También devastada por la violencia de un hombre, por las pastillas y la rigidez médica. Ella acabó con su vida metiendo su cabeza en el horno de su casa. Ella dejó muchos poemas sin terminar.
Sus historias se unen a las de otras muchas mujeres, como Pizarnik. Y nada de esto es una coincidencia. Hay que volver, las veces que sea necesario, a la frase: “Lo personal es político”. Cuando algo se repite tanto, no se trata de una coincidencia astrológica, sino de una enfermedad sistemática.
Parece que la autodestrucción es un rasgo deseable, que nos eleva, que nos convierte en adorables criaturas sufrientes, entregadas al abismo de sentirlo todo a costa de nosotras mismas.
La feminista Coral Herrera, escribe: ”Una mujer que se auto-destruye es una mujer poética, como Virginia Woolf, como Janis Joplin, como Amy Winehouse. Ellas son ejemplos de mujeres hiper-sensibles que sucumben ante la dureza del entorno, que pese a tener enormes cualidades no creían en sí mismas, y no tenían herramientas para sobrevivir a un mundo tan competitivo como el que les tocó vivir. Nuestra cultura ensalza a este tipo de mujeres porque se las considera especiales: se matan ellas solitas, no hace falta que nadie las aniquile. Es la guerra contra las mujeres librada en el interior de cada una de nosotras”.
Esa “guerra” contra la vida de las mujeres se expande a través de diferentes prácticas, enseñanzas y dispositivos (un dispositivo es algo así como una estrategia a través de la cual el poder, en este caso el poder patriarcal, se cuela en lo más profundo de nuestros cuerpos y pensamientos).
Decía la escritora Audre Lorde que todo está construido para que no sobrevivamos. Y es así.
Cada día asesinan a 10 u 11 mujeres en nuestro país por el simple hecho de ser mujeres (una cifra que ya todas nos sabemos de memoria).
Nuestros cuerpos son botines de guerra.
Los cadáveres de ellas son torturados incluso después de asesinarlas.
Estos hechos no solo buscan arrebatarnos la vida, sino darnos un mensaje de miedo; un mensaje que nos haga volver al silencio, al espacio de adentro, al sometimiento.
Y hay tácticas que son más sutiles, pero igual de brutales. Son aquellas que vienen de lo “micropolítico”; cuando digo esta palabra rara, me refiero a cosas pequeñas, que se cuelan en nosotras poco a poquito, desde lo cotidiano. Por ejemplo, los grados de autoexigencia que tenemos, no son una casualidad, son una consecuencia de las formas en las que nos educan —en casa, en la escuela, en la iglesia, en los medios— para sentirnos siempre desvaloradas, para autocastigarnos y autodestruirnos.
En El invencible verano de Liliana, Cristina Rivera Garza explica que a las mujeres se nos presenta la autodestrucción como una bomba romántica y no como el arma de muerte que realmente es. Y esto, según ella, es otro camino para acabar con nosotras, con nuestras voces, con nuestra inmensa capacidad creadora.
Vuelvo a Amy y Sylvia, dos mujeres potentísimas. Mujeres jóvenes y llenas de magia. Mujeres que terminaron con sus vidas tratando de sobrevivir a la infinita sensación de insuficiencia, al autosabotaje.
Y es ahí cuando acudo nuevamente a Audre Lorde, a su famosa frase: “Cuidarme no es autocomplacencia, es autoconservación, y eso es un acto de guerra política”. Porque, ante las diferentes amenazas que nos orillan a la autodestrucción, el autocuidado se presenta como un camino para hacerle frente a la contienda que se libra en nuestra contra.
La cuestión es protegernos también desde un lugar amoroso, desde un espacio que nos recuerde a nosotras mismas todo eso de lo que somos capaces, desde un territorio a partir del cual aprendamos a decir ya basta, a poner los límites que nos alejen del abismo.
Cuando pienso en Amy y Sylvia, también recuerdo lo mucho que pelearon para salvarse. Y, aunque al final fueron vencidas por la pulsión autodestructiva, su memoria me hace ver lo importante que es saber protegernos (en individual y en colectivo).
El autocuidado, entonces, es también una forma de autodefensa.