Desearía que Victoria Figueiras, madre de una niña abusada sexualmente, no hubiera tenido que escuchar cómo el juez Juan Manuel Alejandro Martínez Vitela dejaba libre al abusador porque su hija de cuatro años “no hizo mención del lugar, el día y el horario” en el que fue agredida por su tío paterno.
Pero en primera instancia, desearía que esa niña no hubiera pasado por lo que pasó. Ni que yo (y millones de mujeres) nos sintamos identificadas con la pequeña de cuatro años. También quisiera no tener que escribir esto desde mi experiencia; pero no puedo porque esa es mi realidad y la de más de 12.4 millones de mujeres de 15 años y más que sufrieron violencia sexual durante su infancia.
Cada vez que escucho o me entero de que una niña fue abusada sexualmente me resuena. Muchas veces prefiero no leer más acerca del caso porque me es imposible no traer imágenes reales a mi cabeza, aunque para entonces ya sentí un vacío en el estómago, angustia, enojo, tristeza e impotencia.
Con lágrimas en los ojos, tengo que confesar que aunque ya he logrado hablar en terapia de este trauma, aún no logro decírselo a mi familia. Me rompe pensar en la “armonía” que “destrozaría” mi confesión. Me da pavor enterarme de que alguien más lo supo y que no hizo nada al respecto, y también me da miedo deshacerle la vida al resto de mis familiares.
Recuerdo que la segunda vez que lo hablé, ya vivía sola. La terapeuta me dijo que si quería denunciar ella podía acompañarme en el proceso. Eso jamás se me había cruzado por la cabeza, y aunque ahora sé que es una opción, aún no me siento preparada para ello.
Por eso aplaudo la valentía de Victoria y la de su hija, quienes han luchado por dos años para intentar obtener justicia legal y encerrar a su violentador sexual. Y que lo justo sería que ni a ella, ni a mí, ni a nadie nos hubiera pasado. Lo justo sería que no nos agredieran, que no nos violaran, que no nos lastimaran y que no nos mataran. Eso sería lo justo. Pero no es así.
Frente a los hechos, creo en otras formas de obtener justicia (más allá de la legal) porque presiento que no me sería suficiente, porque no estoy dispuesta a pasar por procesos burocráticos que me revictimicen y que me hagan revivir a cada rato lo que he intentado enterrar por años.
Escribir públicamente sobre esto me parece un gran paso. Priorizar mi salud mental me parece más reivindicativo, lo mismo que no permitir que la depresión provocada por esas agresiones en mi infancia me invada o me impida crecer personal y profesionalmente.
Con el tiempo he aprendido a quererme y a gozar de mi sexualidad. Ahora estoy convencida de que no fue mi culpa y de que ni yo ni nadie merecemos esto.
Y cierro con una reflexión que me escribí para intentar sanar (por primera vez) en 2022, el mismo año que abusaron de la hija de Victoria:
“Quizá no puedas borrar tus heridas, pero sobre ellas escribirás otra historia. En ella te verás plena, con la cara en alto y con la fuerza necesaria para no dejarte lastimar. Tendrás la capacidad de amarte y de creer en la magia que hay en ti. Serás luz para otras y ellas para ti; esas otras que como tú sobrevivirán, disfrutarán, reirán, amarán y vivirán”.