Culturalmente, las emociones parecen tener la culpa de todo. Si estamos tristes, es porque estamos "deprimidas"; si estamos felices, "todo debe estar bien"; y si estamos enojadas, "seguramente es porque estamos exagerando". Pero, ¿qué son realmente las emociones? ¿Se pueden definir de forma sencilla o hay mucho más detrás de esa etiqueta que tantas veces se les cuelga?
Primero, las emociones no son algo que podamos simplemente reducir a "sentimientos buenos o malos". Paul Ekman, uno de los psicólogos más destacados en el estudio de las emociones, define estas como reacciones automáticas del cuerpo frente a situaciones que percibimos como relevantes para nuestra supervivencia.
Es decir, las emociones son una respuesta inmediata y fisiológica. No son juicios ni reflexiones, son instintivas. Pero he notado que las interpretamos como defectos o virtudes, como si sentir de una forma u otra nos hiciera mejores o peores personas.
Uno de los mitos más comunes es pensar que podemos controlar nuestras emociones a voluntad, como si fueran un botón que encendemos y apagamos. Daniel Goleman, autor de Inteligencia Emocional, explica que las emociones no son algo que podamos simplemente “dominar”. No podemos decidir no sentir miedo o tristeza, pero sí podemos aprender a regular nuestra respuesta ante ellas. Es decir, la clave no está en eliminarlas, sino en gestionarlas, en cómo las interpretamos y reaccionamos frente a ellas.
Otro mito que me gustaría desmentir es la creencia de que las emociones son "irracionales" y, por lo tanto, deberían ser ignoradas. No podrían estar más lejos de la realidad. Lisa Feldman Barrett, neurocientífica y psicóloga, sostiene que las emociones no son reacciones preprogramadas, sino construcciones que nuestra mente elabora en función de nuestras experiencias previas.
Entonces, para ser más clara, no es lo mismo sentir miedo si hemos vivido una experiencia traumática que si hemos leído sobre un peligro en un libro. Las emociones nos hablan de nosotras, nos cuentan nuestra historia.
También se suele pensar que hay "emociones negativas" y "emociones positivas", pero esto es otro gran error. En lugar de ver nuestras emociones como buenas o malas, deberíamos entenderlas como mensajeras. Sentir enojo, tristeza o miedo no significa que algo esté mal con nosotras, sino que hay algo que necesita atención. No son debilidades, son señales. Es como si nuestras emociones fueran las luces en el tablero de nuestro coche: si se prenden, hay que echarles ojo, no ignorarlas.
No son ni obstáculos ni dones, son parte de lo que nos hace humanas. Intentar controlarlas o huir de ellas es como intentar detener una ola. Aprender a escuchar lo que nos dicen y responder de manera compasiva, tanto con nosotras mismas como con los demás, debería ser la verdadera ley.