Hace unos días mientras estaba en una cena, dos amigas comentaban sus experiencias viviendo con roomies. Una de ellas tenía poco tiempo en la ciudad y llegó a un departamento compartido, en el que “todo era un infierno”. En una ocasión, su roomie se gastó el dinero de la renta, no pagó el recibo de luz y toda la comida que tenía en el refrigerador y había comprado con mucho sacrificio, se echó a perder.
Y así siguieron, enlistando una serie de acontecimientos dignos de la serie Worst Roommate Ever. Creo que en algún momento, muchas de nosotras hemos tenido experiencias desafortunadas viviendo con personas con las que no necesariamente compartimos los mismos hábitos, y ahora que vivo sola, tengo mayor claridad sobre todo aquello que una buena roomie no hace.
Compartir espacio con alguien más puede ser una experiencia increíble o un verdadero reto. Ya sea por motivos económicos o simplemente por no vivir solas, muchas personas optan por tener roomies. Sin embargo, la convivencia puede volverse complicada si no se establecen reglas claras desde el principio.
¿Te gustaría vivir con alguien que ignora los límites y los espacios personales? Nadie quiere compartir espacio con una persona que deja los trastes sucios por días, ocupa el baño durante horas sin avisar o pone la música a todo volumen a medianoche. Una pésima roomie es la que no se preocupa por el bienestar de las demás, ya sea dejando la casa hecha un desastre, trayendo visitas inesperadas o tomando cosas sin pedir permiso. Este tipo de comportamientos pueden parecer triviales, pero con el tiempo se acumulan, creando una atmósfera de tensión y resentimiento.
¿Con quiénes sí queremos vivir o qué tipo de roomies debemos ser? Aquellas que entienden la importancia de la comunicación y el respeto mutuo. Las que saben que la convivencia implica compromiso y consideración. Una buena roomie limpia lo que ensucia, respeta los horarios y espacios comunes, y está dispuesta a dialogar y llegar a acuerdos cuando surgen diferencias. Sabe cuándo es momento de ceder y cuándo es necesario hablar para resolver problemas. Es alguien que, aunque no comparta los mismos hábitos, se esfuerza por mantener una convivencia armoniosa.
Si estás en la etapa de independizarte, explorar este tipo de convivencia puede traerte muchos beneficios, pero es crucial establecer reglas desde el principio para que tengas una buena experiencia. Definir responsabilidades en las tareas del hogar, establecer horarios y acordar límites respecto al ruido y las visitas, puede prevenir muchos malentendidos. Además, es esencial mantener una comunicación abierta y honesta. Si algo molesta o incomoda, es mejor hablarlo de inmediato en lugar de dejar que se acumulen los resentimientos.
Al final del día, todo se basa en el respeto. Respeto por los espacios, los tiempos y las necesidades de las demás personas. No se trata de ser perfectas, sino de ser conscientes de que la vida compartida implica tanto dar como recibir. En un mundo lleno de intolerancia, aprender a convivir es más importante que nunca. ¿Y tú, qué tipo de roomie eliges ser?