Hay algo que nunca te cuentan sobre la adultez: no hay un botón de pausa, y a veces todo parece avanzar en fast forward sin tu permiso. Nadie te prepara para esa primera vez que te das cuenta de que tú eres "la adulta responsable" en la habitación.
Sí, esa misma que tiene que tomar decisiones sensatas, pagar recibos y, para colmo, saber qué hacer o a quién llamar si hay una fuga de agua o gas. La verdad incómoda número uno: ser adulta no se siente como imaginábamos. No siempre es el clímax de independencia y seguridad con el que soñábamos de niñas.
Porque, seamos honestas, nos vendieron la idea de que en la adultez tendríamos todo resuelto. Pensábamos que llegaríamos a los 30 con un trabajo fabuloso, una vida sentimental de película y una cuenta en el banco que haría suspirar de envidia a nuestros “yo” de 20 años. Pero aquí estamos, descubriendo que la vida real no viene con un manual de instrucciones y que muchas veces estamos improvisando como en un show de stand-up.
Otra verdad incómoda: ser adulta significa aceptar que la vida no es lineal, que hay momentos en los que estás triunfando en una cosa y fallando olímpicamente en otra. Un día sientes que lo estás logrando todo y al siguiente, olvidas las llaves adentro de tu casa o te das cuenta de que llevas semanas sin revisar la app del banco porque te asusta lo que puedas encontrar.
Y el tema de la amistad, ¡ay, las amistades! Otra realidad que nos cuesta aceptar es que las relaciones cambian y no siempre en la dirección que quisiéramos. Algunas se fortalecen, pero otras simplemente se desvanecen con la misma naturalidad con la que olvidamos regar esa planta que juramos cuidar. La adultez también es aprender a soltar, aceptar que no todo es eterno, y que el crecimiento personal a veces significa dejar ir lo que ya no está en nuestra frecuencia.
El trabajo es otro sube y baja. Nos dicen que debemos encontrar nuestra pasión, pero no siempre nos cuentan lo difícil que es convertir esa pasión en algo que también pague las cuentas. Claro que debes de seguir tus sueños, pero la realidad es que la renta no se paga sola y, de vez en cuando, terminas en trabajos que no son precisamente lo que soñaste a los 18. Y ESTÁ BIEN.
Esta no es una columna de hate sobre la adultez, porque a pesar de todas estas verdades incómodas, también tiene su encanto. Es el momento en el que aprendes a conocerte a ti misma, a poner límites y a dejar de vivir para complacer a los demás. Es cuando entiendes que está bien no tener todo resuelto y que, a veces, lo mejor que puedes hacer es reírte de tus errores. Porque ser adulta no se trata de ser perfecta, sino de aprender a vivir con nuestras imperfecciones.
Al final del día, la verdad más incómoda (y quizá la más liberadora) de todas es que nunca dejamos de crecer, de aprender y de equivocarnos. Y tal vez, sólo tal vez, eso es lo que hace que la adultez sea tan fascinante, incluso cuando se siente como una montaña rusa sin cinturón de seguridad.