Por: Natalia Lane
Un viernes por la tarde recibí una llamada del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México:
―Nos comunicamos para notificarte que el juez de lo federal aprobó el cambio de medidas cautelares y Alejandro N podrá llevar el proceso en arraigo domiciliario. Yo desconozco si ya salió de prisión o apenas saldrá.
Cuando escuché esas palabras al teléfono sentí que algo de mi me abandonaba, no era miedo sino rabia.
Pensar si quiera que mi agresor pueda pasar este proceso fuera de prisión me inunda de angustia e incertidumbre. Porque al parecer en este sistema penal el principio de presunción de inocencia vale más que la seguridad de las víctimas y sobrevivientes.
El 16 de enero de 2022 fui atacada en la zona de Portales de Ciudad de México. Mi agresor me acuchilló en distintas partes del rostro, cabeza y manos. Me atendieron en el Hospital Balbuena y después de abrir y suturar heridas, aquí ando, cargando a cuestas los efectos que me dejó ese trauma. No he vuelto a ser la misma desde entonces.
Hablar de feminicidios en un país que registra niveles inconcebibles de impunidad y desapariciones siempre es doloroso. Escuchamos los testimonios de las madres buscadoras, los recuerdos y ausencias en las habitaciones de las que ya no están. Pero pocas veces escarbamos en las huellas que se quedan de por vida en las que logramos sobrevivir.
Han pasado más de dos años desde que emprendí este camino a la justicia para buscar una sentencia a mi agresor y la reparación del daño, si es que hay algo que se pueda reparar después de tanto dolor. En los juzgados del reclusorio sur en Xochimilco los tiempos son distintos. No hay prisa, cuidados ni empatía, sólo trámites, carpetas de investigación y números de expedientes.
Reagendar audiencias, los emplazamientos, los jodidos amparos y las interminables listas de registro. Enfrentarse a comentarios como "Póngame aquí la hora de entrada y salida de favor", "¡no puede ingresar nadie más!" o "llegas tarde 5 minutos". Siempre hay un regaño de los policías en las salas del reclusorio sur. Ya una vez me agarre a palabras con uno de ellos porque ante el colapso de su sistema penal los propios trabajadores olvidan que están hablando con víctimas.
En lo que va del año se han registrado 27 feminicidios a mujeres trans en México, ocho de ellos ocurrieron en la Ciudad de México. Una capital que se autoproclama como la ciudad incluyente y de derechos, este año se posiciona como la entidad con mayor cantidad de transfeminicidios. Aún con esto, el Congreso de la Ciudad de México no ha subido a votación la iniciativa para tipificar penalmente los transfeminicidios.
Las instancias de gobierno están ocupadas haciendo conversatorios y eventos para festejar la inclusión de la diversidad sexual. Sus agendas no tienen tiempo para escuchar las voces incómodas de las sobrevivientes y víctimas directas.
Hace unas semanas un grupo de activistas nos manifestamos a las fueras del Congreso para denunciar el aumento de la violencia hacia las mujeres trans. La respuesta de gobierno fue clara: atiborrar con vallas metálicas y policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana la entrada del recinto.
Pero las mujeres trans ya no tenemos miedo, hemos sobrevivido a los operativos policiacos a la indiferencia del Estado y la impunidad de nuestros feminicidios. Porque los asesinatos a mujeres trans también son feminicidios. Incluso nos enfrentamos a un feminismo transexcluyente que lejos de vernos como sujetas políticas nos señalan como el enemigo patriarcal.
Las mujeres trans en América Latina construimos diariamente otras formas de justicia fuera de sus sistemas penales, porque hace mucho entendimos que los tiempos del Estado no son necesariamente los tiempos de las sobrevivientes. El trauma feminicida deja consecuencias en nuestras vidas.
Las demandas de las mujeres trans han cambiado a lo largo de los años, pero lo que prevalece es la rabia de quienes sobrevivimos al odio y buscamos reparación en vida. No soltemos las voces de las que ya no tenemos miedo. Como diría la escritora trans Roberta Marrero: "Si la historia es de los que no tienen miedo, entonces la historia es de las travestis".
Natalia Lane es comunicóloga por la UNAM, trabajadora sexual y asambleísta consultiva del COPRED. Actualmente busca justicia y reparación en vida por su intento de transfeminicidio en el sistema penal de la Ciudad de México.