Tenía 17 años cuando conocí una sala de urgencias en un hospital público de la Ciudad de México. La doctora no me preguntó mi nombre ni me dio el suyo pero alcancé a oír un “ponte esta bata, te quitas toda la ropa y te acuestas en esa camilla“. Cuando estuve lista, vi que la camilla estaba en una esquina, sin cortinas que pudieran cuidar mi privacidad.
Después de una media hora en la que yo veía pasar personal médico y pacientes, se acercó la doctora con un séquito de estudiantes y me dijo “abre las piernas, junta tus talones” y en eso sentía la incomodidad y el frío de un tacto vaginal, me hizo un ultrasonido y durante esos cinco minutos de exploración, entraron diferentes personas a ver la pantalla del ultrasonido o a hablar de cosas triviales mientras yo me moría de miedo por lo que podría tener.
La doctora le hacía preguntas sobre órganos de mi cuerpo a las y los estudiantes, los regañaba y los felicitaba de acuerdo a sus respuestas y el único comentario dirigido a mí fue, ¿por qué iniciaste vida sexual tan joven? Me quedé callada unos segundos y el miedo se convirtió en enojo contestándole algo así como que mis razones no eran de su incumbencia. Noté su enojo, acto seguido le dictó la receta a un estudiante, la firmó y me dijo que me tomara esto durante tantos días y me dejó ahí en la camilla con mi rabia, mis dudas y mi absoluta seguridad de que jamás regresaría a revisarme.
Mi subconsciente pensó en jamás regresar a pesar de que las doctoras siempre fomentan la consulta preventiva, una especie de “pues si así me tratan, no regreso”. Una década después, decidí hacerme mi primer Papanicolaou y la atención fue absolutamente distinta, el doctor fue muy empático cuando me dijo que tenía una infección por VPH, pero que era muy leve y que iba a estar bien. La sorpresa de esa noticia me hizo prometerme jamás dejar de lado mi salud en el futuro y me enseñó la manera en comunicar a mis pacientes cuando tienen una infección activa por este virus.
Es válido tener miedo de saberte enferma, es válido estar enojada cuando el trato médico no era como lo esperábamos, pero deben existir siempre las segundas oportunidades porque el autocuidado y la prevención mejorarán tu calidad de vida. Nada como saber que si estás enferma, se está haciendo todo lo que el conocimiento médico ha logrado a través de siglos. Irte a casa con la tranquilidad de tener una medicina preventiva, no te la debe quitar una mala experiencia médica.
Es importante saber que así como tuve esta mala experiencia médica como paciente, existe la probabilidad de que también haya hecho sentir mal a alguien como doctora desde el 2004 que empecé a estudiar Medicina. Quizá estaba muy cansada, quizá la paciente me había gritado y con mi inexperiencia al no entender la vulnerabilidad de la paciente me había enojado, quizá estaba distraída y no me di cuenta que no fui clara, quizá me quedé dormida mientras daba consulta por el cansancio acumulado, quizá había cortado con algún novio y estaba demasiado triste para prestar toda la atención en la consulta. Pido entonces una disculpa sincera. Al final los errores que he tenido me han dado experiencia y lecciones para mejorar cada día mi práctica médica.
A ti, que estás leyendo esto, si sufriste algún tipo de mala experiencia quiero pedirte una disculpa en nombre mi gremio y recordarte que lo peor que puede pasar es que por un error humano, desatiendas tu salud. Busca una segunda, tercera, cuarta o la opinión que necesites para darle sentido a nuestros largos años de estudio en Medicina. Encontrar a tu doctora ideal no es fácil, pero te juro que esa búsqueda valdrá la pena. Que el miedo o una mala experiencia no decida por ti.