Anne Sexton: una poeta para mirar al vacío
Cuando la poesía es un oráculo
La mujer que escribe siente demasiado.
Anne Sexton
Anne Sexton es una de mis escritoras favoritas. Me siento cercana a ella de una forma que muchas veces me resulta preocupante. Últimamente pienso demasiado en Anne. Incluso sueño con ella. Imagino que sus dedos recorren mis cabellos, que se sienta en la sala de mi departamento y habla conmigo sobre poesía, sobre el amor, el deseo y las ganas de ser algo más que una mujer. Ser ave.
Te cuento rápido que Anne es una de las poetas contemporáneas más influyentes. Nacida en Estados Unidos, madre de dos hijas y poseedora del premio Pulitzer de poesía (1967), por su libro Vida o muerte. Entre otras cosas, es reconocida porque en sus poemas hablaba sin reparos acerca de temas que en su época estaban vetados de los círculos intelectuales, especialmente si eran pronunciados por una mujer.
El aborto, la masturbación, el suicidio, la familia, la locura, la tristeza y el dolor son solamente algunos de los tópicos que Anne explora a través del lenguaje. Cada que leo uno de sus poemas, siento que las palabras entran en mí como gusanos que me abren la piel y luego se introducen para quedarse a vivir en mi cuerpo y alimentarse de mis órganos. La poesía de Anne vive conmigo, es parte de mis gestos cotidianos y, honestamente, muchas veces quisiera que no fuera así.
Hablar de Anne es solo un pretexto para confesarle a alguien que mi amiga Cristina me regaló Buscando Mercy Street. El Reencuentro con mi Madre, Anne Sexton, la novela que su hija Linda Gray Sexton escribió para hablar del suicidio de Anne. Mi amiga me lo obsequió para alimentar mi obsesión con su poesía. Lo agradecí profundamente, como cada vez que alguien me da algo con la imagen de Bowie.
Por un lado, esta novela es una manera de mirar diferente los textos de Anne. Su hija llena de significado muchos de los poemas al contar las circunstancias en las cuales nacieron. Pero también habla del desgaste mental por el que atravesó su madre mientras se mantuvo viva. Y me asusta. Me acerco a la novela con miedo. Si me asomo demasiado, me reflejo absoluta, entera y solo puedo preguntarme: ¿También soy esto?
Nunca encuentro respuestas, solo un montón de ideas que se acumulan en mi cabeza y me lastiman. Luego me detengo y leo a Anne:
“La muerte es un triste hueso; magullado, me dirías
y, no obstante, ella me espera, año tras año,
para deshacer con sutileza una vieja herida,
para extraer mi aliento de su horrible cárcel.
Allí, en equilibrio, los suicidas se encuentran,
arrasando fruta, una luna hinchada,
dejando el pan que equivocaron por un beso,
dejando abierto el libro por descuido,
algo no hablado, el teléfono descolgado
y el amor, no importa lo que fuera, una infección”.
Sus palabras son un arrebato, un espacio para quedarte en silencio y dejar que los verbos te rasguñen o te muerdan o te acaricien. Su poesía es un pedazo de pay suavemente cortado por una de esas personas que lo hacen todo geométricamente, con precisión. Siempre me ha parecido que cada una de las palabras en sus poemas fue revisada con una lupa: su amor por el lenguaje es evidente.
Asomarse a la poesía de Anne es comprender que nada nunca ha importado más que la escritura, que es ese el refugio donde una puede reunirse consigo misma cuando el resto se desmorona.
En los textos de Anne hay una voz desesperada por comprender todo aquello que conduce a la autodestrucción, pero también les habita un deseo profundo por agarrarse a la vida a pesar de todo. Me resulta doloroso saber que Anne también perdió esa batalla, que fue más fuerte la pulsión que la invitó a saltar por la ventana.
Hablando del tema, últimamente me devora la obsesión por fotografiar ventanas. Me pregunto si no será cómo mi amor desmedido por la literatura de Anne. Quiero decir que son una manera de mirar mi sombra y dejarla fuera, proyectarla en un lugar donde no pueda hacerme daño.
El lenguaje de las ventanas y el de Sexton son una insinuación al abismo. Ambos me recuerdan a un verso de mi amiga Shimara Magaly: “Me seduce la idea de lanzarme al vacío con los ojos abiertos”. Eso es leer a Sexton, saltar sin cerrar los ojos, con la mirada concentrada en el asfalto, en el paso final, pero también en la posibilidad de reconocer que una de las cosas más importantes es encontrar nuestra voz y defenderla siempre, contra todo y todos.
Escribo sobre Sexton e irónicamente pienso en la vida, en todos los poemas que todavía quiero escribir; en todo el amor que deseo sentir; en todos los textos que planeo releer de Anne en diferentes momentos de mi existencia.
Me imagino de anciana, en una casa blanca, sentada en una silla enorme de paja con un poemario de Anne Sexton en mis piernas. En la fantasía, hojeo el libro y hablo con Anne. Le digo: “Las mujeres como nosotras, Anne, le perdieron el miedo a quedarse. Las mujeres como nosotras son un sabor a sal, una ojera, un picor que perdura. Las mujeres como nosotras reman, no importa qué, simplemente reman”. Y desde el fondo de una habitación, Anne responde:
“Estoy remando, estoy remando,
pese a que los remos se encallan y están enmohecidos
y el mar parpadea y rueda
como preocupados globos oculares,
pero estoy remando, estoy remando,
aunque el viento me repliegue y me empuje hacia atrás (...)”.
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