¿Alguna vez has escuchado sobre los restaurantes que practican el “zero waste”? Hace unos días me clavé en el tema, después de leer el texto que escribió una compañera de trabajo, me gustó mucho y sentí una fascinación particular por el concepto, que aunque ya había escuchado, no había entendido totalmente.
Esa filosofía de no desperdiciar nada, de encontrarle un propósito hasta a la cáscara más olvidada de un ingrediente, me parece una obra de arte culinaria. Hay cocinas donde las sobras se convierten en platillos deliciosos y donde los ingredientes olvidados encuentran nueva vida en salsas o caldos… donde cada elemento tiene un destino digno y espectacular.
Entonces me puse a pensar, ¿qué pasaría si aplicamos ese mismo principio a nuestras emociones? Así como los restaurantes zero waste aprovechan cada ingrediente, nosotras podríamos aprovechar cada experiencia, incluso las que duelen. Porque si hay algo que hacemos con frecuencia es desechar lo que nos incomoda.
Queremos olvidar una decepción como si fuera un cartón vacío, ignorar un fracaso como si fuera un residuo o esconder el enojo en el fondo de un cajón que nunca abrimos. ¿Y si, en vez de tirar, reciclamos? ¿Si transformamos lo que nos pesa en algo útil?
Cuando hablo de zero waste emocional, trato de resignificar lo que nos pasa, de darle un propósito a lo que sentimos en lugar de querer deshacernos de ello. El dolor no es un desperdicio si nos ayuda a aprender. La tristeza puede ser la base para una versión más fuerte de nosotras. El miedo, cuando se trabaja, puede ser la chispa que nos impulsa. Todo, absolutamente todo, puede tener una segunda vida si le damos la oportunidad.
No significa que tengamos que cargar con todo como si fuéramos un basurero. Al contrario, se trata de procesar, de transformar. Así como un chef convierte las sobras en un platillo sorprendente, nosotras podemos convertir las experiencias en sabiduría, en resiliencia, en crecimiento.
Si nos acostumbramos a reciclar nuestras emociones en lugar de reprimirlas o descartarlas, descubriremos que no hay experiencias vacías ni sentimientos inútiles. Todo suma, todo nutre, todo puede ser parte de la receta de la vida que realmente queremos.
Con esto en mente, cuando volvamos a enfrentarnos a algo que queramos desechar de inmediato, hay que preguntarnos: ¿qué puedo hacer con esto? Porque, tal vez, ahí se esconde el ingrediente secreto para nuestra próxima gran transformación.