Por: Ekatherina Sicardo Reyes
Este es un texto hipócrita. Trataré de defender que el acto de cocinar que hacen generalmente las mujeres que cumplen con un papel maternal, son trabajos y por la forma en que son repartidos precarizan los cuerpos de quienes lo realizan. Y al mismo tiempo que escribo estas palabras no he respondido las llamadas de mi madre porque me siento agobiada. Hoy, no quiero ser la hija que resuelve.
¿Qué olores tienes en la memoria cuando piensas en las cenas de Navidad o año nuevo? Para mí son las papas al horno (mis favoritas) que en mi casa solo se hacen en estas fechas decembrinas y mi cumpleaños. Mi mamá es la artífice de los sabores que cobijan estos días de obligada celebración y su arduo trabajo sostiene la vastedad de los platos servidos.
También recuerdo que estas fechas son tristes y estresantes, mamá en la cocina todo el día hastiada. Mi hermano y yo siendo niños sin entender cuál es el punto de todo aquello. Si por la noche solo éramos nosotros tres a la mesa con una cantidad descomunal de comida y el silencio obligado de no hablar de mi padre quien nos abandonaba deliberadamente en Navidad.
Pienso que, tal vez, mi mamá nos dijo: <<te quiero>> a través de todo el trabajo hecho comida. Me preguntó: ¿Cuántas madres no tienen las palabras para enunciar los dolores y los cariños haciéndolo a través de aquella alquimia de la cocina?
¿Lenguaje del amor u opresión?
Dentro de la mayoría de los hogares son las mujeres quienes cocinan, hacen las compras y organizan el funcionamiento de la casa; responsabilizándose de la carga mental y física que involucra la sobrevivencia del clan. Eso implica que los cuerpos de las mujeres sean precarizados al sostener prácticamente solas estas labores.
¿Puede un lenguaje del amor ser al mismo tiempo una práctica opresiva?, ¿Es posible intentar ser mejores hijas y al mismo tiempo poner distancia con nuestras madres?, ¿Las labores que nos permiten vivir son las más devaluadas? Responderé que si a todas las anteriores.
Mientras las condiciones en que se realizan los trabajos de cuidado sigan siendo desproporcionalmente responsabilidad de las mujeres, y peor aún, la única opción como camino de vida, condenamos a las mujeres al encierro, a la tristeza y al hartazgo.
Clarice Lispector dijo: “Yo no soy una intelectual, yo escribo con el cuerpo” ¡Cuánta sabiduría¡ No hay nada fuera del cuerpo y como materia orgánica necesita alimento. Aquel sustrato indispensable para la sobrevivencia implica una preparación invisibilizada que esconde en el mandato del amor el trabajo no pagado.
Quisiera haber sido amiga de mi mamá, haberla conocido en su juventud decirle que esa cabeza brillante tenía futuro, que mandara al carajo a mi papá y que se dedicará a lo que le diera la gana. Imagino compartir comidas pero como cómplices, cocinándonos mientras cantamos: Dancing queen
Ser hija es más difícil porque para curar a veces se necesita distancia y al mismo tiempo, cuantas ganas de no perder ningún momento con mi madre. ¿Esto es un texto hipócrita? ¿O solo negociar con nuestras condiciones nos hace caer en contradicciones? Les dejo, tengo que llamar a mamá.
Sobre la autora
Ekatherina Sicardo Reyes es historiadora del arte e investigadora sobre los trabajos de cuidado y su impacto en el cuidado del territorio. Ha sido investigadora en el Museo Franz Mayer. Locutora y productora radiofónica y de podcast. Actualmente coordina los contenidos culturales y sociales de Ibero 90.9. La puedes encontrar en el podcast Antropofagia. También dando clases en la Ibero.
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