Cosas que nunca hemos dicho
Lo que no decimos termina hablando por nosotras
¿Te ha pasado que, en medio de una conversación, sientes un nudo en la garganta porque hay algo que no te atreves a decir? Un pensamiento, una emoción o una necesidad que sigue acumulándose en el rincón de lo "no dicho". Nos pasa a todas, y es un hábito silencioso que nos va pesando más de lo que imaginamos.
Yo también me quedado callada cuando en realidad no quería hacerlo. Me he guardado varios “no” optando por decir "sí, está bien". He guardado palabras de amor por miedo al rechazo y hasta he dejado de expresar algo que me molestaba porque no quería incomodar a alguien más.
Lo que no decimos, de una forma u otra, termina hablando por nosotras. A veces en forma de insomnio, a veces como ansiedad, y otras como resentimiento acumulado.
Cultivar la buena comunicación es un acto de autocuidado. Cuando ponemos en palabras lo que sentimos y necesitamos, le estamos diciendo al mundo (y a nosotras mismas) que merecemos ser escuchadas. Pero aquí viene la parte difícil: hay que ser valientes para hacerlo. La vulnerabilidad no es fácil, pero es liberadora.
No se trata de soltarlo todo como una granada emocional. Comunicar con claridad y asertividad es un arte. Decir lo que pensamos no tiene por qué ser agresivo; al contrario, puede ser un acto de amor, incluso cuando ponemos límites. Expresar lo que necesitas no te hace egoísta, te hace humana.
A veces confundimos la buena comunicación con "evitar problemas", y ahí es donde nos perdemos. Guardar silencio para mantener la paz no es paz, es una bomba de tiempo. Hablar desde el respeto, pero con firmeza, es lo que nos lleva a relaciones más honestas y a una vida más auténtica.
Pregúntate: ¿Qué es eso que no has dicho? Tal vez es un "te quiero", un "me lastimó lo que hiciste", o simplemente un "necesito ayuda". Sea lo que sea, dale espacio para salir. Porque lo no dicho, tarde o temprano, se transforma en una carga que sólo tú llevas.
Cierra los ojos y respira profundo. Visualiza esas palabras flotando en tu mente. Ahora, imagina el alivio de verlas libres. Porque hablar no siempre cambia al otro, pero siempre te transforma a ti. Atrévete a decir lo que sientes. No sólo porque el mundo merece escucharlo, sino porque tú mereces la ligereza de haberlo dicho.
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