Hoy me tocó a mí: cuando operan a la que opera
Me esperé. Durante más de un año esperé.
Hasta hace una semana intentaba entender o justificar mi falta de decisión. A veces, una pone lo que cree importante antes de lo necesario: el trabajo, las deudas, unas vacaciones, un diplomado, siempre hay algo qué hacer, algo que necesitamos, algo que queremos… Siempre algo. Entonces, medio vivimos, medio estudiamos, medio viajamos, porque el dolor no se va; al contrario: se vuelve más intenso y recurrente. Y nos acostumbramos al dolor, lo normalizamos, lo abrazamos. Pero es que hay algo más fuerte: el miedo.
Tener mucha información sobre las enfermedades y los padecimientos no te vuelve inmune al miedo; muchas veces, incluso, conocer las consecuencias te convierte en una persona con más miedo: conoces los riesgos y las consecuencias y no quieres que tus planes de vida se arruinen o se posterguen. Muchas veces me toca acompañar y contener los malos ratos de mis pacientes, o de mis amigas y familiares. Más de una vez he interrumpido una convivencia para platicar sobre la situación que atraviesa una amiga por un padecimiento de salud. Siempre les digo que la mejor manera, la más viable, es tomar acción y resolver a la brevedad, vencer obstáculos y priorizar la salud. Pero lo más difícil es decírselo a una misma.
No quiere decir que no tenga amigas, familia y colegas que me hayan dicho desde hace meses que me operara. Al contrario, fue el acompañamiento de ellas el que me hizo tener valor: mi mayor fortaleza son las mujeres que tengo alrededor. Cuando tomé mi decisión realicé los trámites necesarios, acomodé mis compromisos sociales y laborales y, por primera vez en un tiempo, antepuse mi salud a mis obligaciones. Tuve la fortuna de no tener que realizar una operación de emergencia, en las que la recuperación y el costo económico y emocional son muy altos.
Afrontar los miedos
Con un panorama favorable a pesar de la desidia, afronté mis miedos y me sometí al primer procedimiento quirúrgico en mi vida. Después de muchos años de internado, especialidad, subespecialidad y consulta privada, ahí estaba yo con mi bata y canalizada esperando el momento de ir al quirófano. Esta vez era yo la persona a la que le realizaban los estudios preoperatorios, y le tomaban los signos vitales. Por primera vez en toda mi carrera no tenía el control antes de una operación. Todo se ve distinto cuando eres tú la paciente.
Les pongo un pequeño ejemplo: sé exactamente lo que hace la anestesia pero por primera vez la experimenté. Tengo la fortuna de tener compañeras de trabajo que esta vez se convirtieron en mis doctoras: las conocí de otra manera y me gustó saber que comparto trabajo con personas profesionales y cariñosas. Sin ellas y sin mi amigo Rogelio quizá hubiera sido un poco más difícil.
Vencí mi miedo y en este momento siento la herida y me estoy permitiendo descansar (quizá no lo habría hecho de otra manera) y pensar, y ver series y hacer actividades recreativas que me nutren y permiten tomar distancia. Trato de no juzgarme y decir “lo hubiera hecho antes”, mi decisión sucedió cuando debía suceder. Estoy feliz y aprendiendo. Tuve el valor y el acompañamiento de gente que me quiere y quiero.
Y estoy feliz porque ya no tendré dolor ni me acostumbraré a el. Y eso es algo mucho más valioso que el trabajo y el futuro incierto.
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