Dicen mis amigas que siempre me estoy enamorando y que siempre me estoy mudando.
-Alma Delia Murillo
Fui a ver Intensamente 2, una cinta que me hizo llorar y me regaló un sabor extraño; entre amargo y tierno. A veces Pixar tiene ese efecto en mí, me deja medio mareada, con el corazón en explosión y un montón de pensamientos acelerados. Eso me ha sucedido con largometrajes como Soul, Up y, por supuesto, Inside Out.
La peli continúa la narración de la primera parte de esta historia. Es decir, nos muestra el mundo emocional de Riley, la protagonista, a través de diversos sucesos en su vida. En esta ocasión, la antes pequeña se enfrenta a una gran mudanza: la pubertad. Con ello aparecen nuevas emociones como la ansiedad, la envidia, la vergüenza y ennui ―que se refiere al sinsentido, la apatía―.
Esta cinta tiene una forma maravillosa para hablar de las mudanzas. No sé si recuerdas que en la primera parte las llagas emocionales de Riley inician justamente cuando sus padres deciden cambiar de casa. Y, quizás no te había contado, pero me obsesionan muchísimo las mudanzas.
A lo largo de la vida nos enfrentamos a un sinnúmero de ellas: emocionales y materiales. Mudamos de canciones, de hábitos, de gustos, de ciudades e incluso de personas. Dejamos los vestigios de quienes fuimos en un montón de espacios y nos vamos reconstruyendo cada vez. Nos conforman nuestras heridas, pero también nuestros goces, las pesadillas, los malos momentos, las risas, los besos, los fantasmas de quienes ya no están, las cosas horribles que hemos hecho, y todo eso somos.
Las mudanzas, de cualquier tipo, nos enfrentan con la multiplicidad que nos habita. Y, sobre todo, con lo que queremos dejar atrás para transformarlo en algo distinto. Eso novedoso puede ser un rumbo brillante, o todo lo contrario. A veces también elegimos hacernos daño, y eso también es parte de las mudanzas personales que guardamos en nuestros pasaportes.
Intensamente 2 retrata todo esto de una manera excepcional porque se lo está contando a un público muy amplio, porque es una cinta que está dirigida, principalmente, a infancias, y desde ya les está diciendo: en tu camino vas a cambiar cosas esenciales de ti, vas a lastimar a muchas personas, y está bien, eso también eres. Me gusta que no es una cinta maniquea. La peli retrata cómo las buenas personas también se cagan en el mundo porque son humanas, porque atraviesan por crisis e inseguridades; porque todas estamos heridas, pero también todas hemos herido.
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Hay mudanzas que se dan en crisis. Son movimientos acelerados que una hace para salvarse a sí misma. Me parece que siempre nos estamos mudando, que se trata de tránsitos que pocas veces se ponen en pausa. El etnógrafo Arnold Van Gennep pensaba esto en términos de ritos de paso, él decía que a lo largo de nuestra vida atravesamos por diversos rites of passage que se dividen en tres:
Cada mudanza nos lleva a estas tres fases. Mudar de casa o mudar de la infancia a la pubertad, como es el caso de la protagonista. Mudar de un amor fantasioso a la soledad de ser Anahí. Mudar de un pensamiento autodestructivo a otro que te ayude a cuidar de ti. En fin, todas son mudanzas que en el camino nos muestran quiénes somos, que nos llevan a alejarnos de la vida, a caernos, a dolernos, a separarnos de nosotras para, en algún momento, sostenernos de nuevo, con toda la fuerza que nos cabe en el cuerpo. Y así vamos, en un jaloneo vertiginoso, en un movimiento constante.
Dicen que somos seres de razón. Johan Huizinga, pensaba que somos animales de juego. Aristóteles afirmaba que, más bien, somos animales políticos. Yo, mientras escucho a Mazzy Star y escribo esto en bragas y una camisa de Motorama, me atrevo a enfrentar sus palabras para afirmar, con toda seguridad, que somos animales de mudanzas.
Tal vez de eso se trata la vida, de aprender a mudarnos.