La memoria como un espacio para recuperar la libertad
¿A quién le pertenece el derecho a recordar?
Estamos en la recta final de octubre, el mes de la memoria. Pienso en el dos de octubre como un día que inevitablemente nos invita a recordar. Sin embargo, el olvido y la memoria no son procesos contradictorios, son fuerzas que se alimentan mutuamente.
La memoria, como concepto y acción, me gusta porque posibilita la creación de nuevos relatos que desmontan las estructuras que alguna vez nos hicieron creer que son inamovibles. Aquellas verdades históricas, o los relatos institucionalizados que tratan de narrar el pasado de una sola manera, son arcilla moldeable frente a la posibilidad de recordar desde lo colectivo.
Cuando preguntamos a quién le pertenece el derecho a recordar, la respuesta es a nadie. Por lo tanto, es de todas las personas y comunidades. Cada quien tiene derecho a narrar su historia. Tenemos en nuestras manos la potestad para escribir los relatos que le darán forma a nuestra realidad.
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26 de septiembre. Ayotzinapa. 43 jóvenes estudiantes desaparecidos. Peña Nieto en el poder. Murillo Karam como procurador general de la República. Y entre todo esto, una verdad histórica: los 43 jóvenes fueron secuestrados por narcotraficantes pertenecientes al cártel Guerreros Unidos, los calcinaron en el basurero de Cocula y, posteriormente, lanzaron sus restos al río San Juan.
¿Te acuerdas? Es inevitable no hacerlo. En ese entonces las familias pusieron en duda aquella verdad grabada en piedra. Rápidamente se expandieron las teorías en redes sociales. Reportajes y programas televisivos pusieron en duda al gobierno. Expertos y científicos se negaron a creer lo que el Estado lanzaba como la única historia posible.
Pronto fue evidente que nos engañaban. La mentira no hubiera sido descubierta si la propia sociedad no se hubiera negado a creerla y buscar su propia narrativa. Desde entonces, las familias de las víctimas, grupos de activistas y la sociedad civil en general piden justicia y verdad para el caso de Ayotzinapa.
Y esas son las exigencias de la memoria: verdad, justicia y no repetición. Recordar, desde lo comunitario, es una forma voraz de hacer política y negarnos a dejar morir a quienes nos han arrebatado de forma trágica. Es una manera de darle vida a lo que el terrorismo de Estado arrastra hacia la muerte.
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La psicóloga chilena Isabel Piper Shafir explica que “recordar es una acción colectiva que le da significado a lo que somos por medio de la construcción de un relato que marca un inicio u origen (el pasado) y acaba en un desenlace (el presente). Cuando nos preguntamos por lo que sucede actualmente en nuestra sociedad, miramos hacia el pasado construyendo un relato que permite explicar nuestra realidad social y política actual. Dicho relato tiene un principio, un inicio, que opera como origen de la trama histórica que estamos construyendo”.
Entonces, contrario a lo que suelen enseñarnos en las estancias básicas de la escuela: la historia sigue en construcción, no es una estructura fija, sino algo que puede cambiar si se encuentran nuevos testimonios u otras fuentes que nos ayuden a mirar al pasado desde una óptica distinta.
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Los antimonumentos, la música, la poesía, las manifestaciones, las pintas, los plantones, las okupas, las obras de teatro, los fanzines, las jornadas culturales; todos estos elementos son potenciales caminos para hacer memoria, porque si esta no le pertenece a nadie, entonces cada comunidad tiene derecho a elegir sus propios ritos y estrategias para recordar.
Apostar por la memoria es abogar por algo latente y subversivo que abre el camino para construir sociedades más libres y capaces de tomar las medidas necesarias para la no repetición.
Recordar es mantener encendidos los rostros de quienes no sobrevivieron a las dictaduras en América Latina y en el mundo; es tener claros los crímenes de lesa humanidad y a sus víctimas; es nombrar los genocidios y saber identificar cuando esa brutalidad vuelve. Es evitar, tanto como nos sea posible, que más sangre sea derramada.
La memoria es también una acción política constante para construir narrativas donde nuestras voces también quepan, donde la vida le reste camino a las políticas de muerte.
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