Mi prima ha sido profesora de la carrera de Biología durante 15 años, lo que le ha permitido observar los retos de las jóvenes que deciden estudiar eso, pero esta vez fue inevitable que le sobrepasara una inquietud.
Resulta que ha llegado el momento temido de cualquier estudiante: los exámenes finales. Mi prima estaba lista esperando a que todo su grupo se sentara para comenzar y mientras ella pasaba lista, un alumno desesperado le habla: “Maestra, X no ha llegado, ella siempre llega temprano y es muy responsable. Me avisó que ya estaba en el metro y ahora no me contesta el teléfono”.
Pasó una hora de angustia entre compañeros y la maestra, mi prima quien decidió dar aviso a jefatura y poder poner en acción los protocolos de cuidado que se plantean en la facultad, pero la chica perdida finalmente respondió y explicó que, antes de entrar a la facultad, se sintió paralizada, incapaz de moverse ni para entrar ni para salir corriendo.
“Fácil, es la cuarta chica de la que sé que tiene una crisis de ansiedad y no entra a la escuela. ¿Qué les pasa ahora a las personas jóvenes que todo les da ansiedad?”, dijo mi prima.
Es importante aclarar que no es que ahora nos “dé más que antes”, ya que como muchas otras cosas en la vida, la ansiedad siempre ha estado presente, a veces confundida con nerviosismo, con hiperactividad o simplemente experimentado como algo pasajero. Pero la ansiedad y sus consecuencias no son tema de moda.
Lo que sucede, es que ahora hay mucha más información y mucho más interés por comprender qué nos pasa. Antes podría decirse que “no había tiempo” para ponernos a analizar nuestra vida o darle espacio a nuestro sentir. Todo se pensaba en gran medida como “el flujo de la vida” y ya está, a menos de que se tratara de una persona que comenzara a afectar a otras por su comportamiento.
Así como mi prima, de repente me encuentro con comentarios de mujeres mayores de 50 años que reclaman que la juventud y las nuevas generaciones se muestran apáticas ante la vida o que tienen una mayor búsqueda de ayuda profesional como la Psicología y la Psiquiatría. No las culpo porque la sociedad mexicana suele acercarse a cualquier aspecto de la mente desde la religión, medicina homeopática, limpias o cualquier cosa que no implica a especialistas en el tema.
Cuando yo les he compartido a mis padres que me angustia mi futuro profesional y personal, solo tengo dos opciones: “Mariana piensa positivo” y “es que debes cambiar tu mentalidad”.
La ansiedad no es un tornillo mal puesto que debamos sacar o cambiar; no es una enemiga o una usurpadora que no nos deja vivir en paz, al contrario, es una llamada de auxilio que viene de los lugares más escondidos de nuestro subconsciente. Es el punto máximo de una respuesta “primitiva” a situaciones de riesgo, pero claro, como ahora no debemos cuidarnos de que un mamut nos aplaste o un dientes de sable nos parta en dos, ¿de qué riesgos nos deberíamos ocupar?
Aunque no parezca, la ansiedad es como el pepito grillo de nuestro cuerpo que dice: “A como dé lugar yo voy a hacer que sobrevivas”. Podemos ayudarle escribiendo, enunciando o enumerando los factores que nos generan angustia, los escenarios que se nos pasan por la mente, y a partir de ahí poner manos a la obra para cuidar y regular a la prota de nuestro día a día.
Recuerda que no se trata tampoco de que lo hagas todo sola, siempre ayudará tener espacios en donde rebotar ideas, donde poder expresarte, por lo que es una recomendación amorosa considerar la terapia psicológica.