¿Te ha pasado alguna vez que te digan que el universo no entiende de bromas y te va a dar exactamente lo que pidas? La primera vez que lo escuché recuerdo que tenía 17 años y nadie se detuvo a decirme: “Tranquila Mariana, no quiere decir que debes temerle a lo que piensas o digas”. Desde ese día me volví mucho más consciente de lo que pensaba y me esforzaba mucho por tratar de siempre hablar en positivo, no fuera a suceder que el universo me aventara una lluvia de maldiciones por haber dicho que odiaba el calor.
Aún ahora, una y otra vez me persigue una voz que dice: “piensa positivo”, “si estás de negativa entonces no tendrás lo que quieres”, y si hablamos de estos pensamientos particularmente cuando estamos entrando al mundo del journaling para manifestar así como el vision board o tablero de los sueños, entonces sabrán muy bien que con dichas prácticas nos enfrentamos a que “lo malo, lo negativo, lo feo” es lo que debe dejarse atrás para que lo bueno llegue a nuestra vida.
Más allá de enfocarnos en saber si funciona o no realizar estas prácticas, me interesa el efecto de freno que algunas de las creencias pueden tener sobre la forma en la que manejamos lo que pensamos y sentimos, sobre todo cuando “no estamos bien”.
El efecto de una creencia que nos limita es el de tener una certeza peligrosamente absoluta de que no contamos con lo necesario dentro de nosotras mismas para generar nuevas opciones, nuevos escenarios y nuevas historias. Por eso, lo que creemos requiere que construyamos puntos de equilibrio y para eso necesitamos cuestionar un poco qué tan funcionales son nuestras creencias, por ejemplo: “Si me enojo y lo expreso entonces el universo me enviará más cosas por las cuales enojarme más”, ¿quiere decir entonces que yo soy incapaz de transitar mi enojo, comprenderlo y liberarlo para seguir adelante?
Algo es cierto, si nuestra atención se inclina más por darle espacio a ideas negativas, eso impedirá que podamos disfrutar cuando algo agradable nos esté sucediendo. Sin embargo, esto no implica que debamos ser en extremo cuidadosas con lo que pensamos y sentimos, sino abrirnos a dejar que pasen los pensamientos, que sigan su camino para poder proponernos escenarios alternativos. Si nos damos permiso para pensar mal entonces hay que darnos el mismo chance de crear ideas funcionales.