Cuando Cristina Rivera Garza dice que a veces la vida sí se detiene, se refiere a la pausa dolorosa que llegó a su vida luego del feminicidio de su hermana menor. Y escuchar hablar a las familias de las personas desaparecidas forzadas es entender eso, que la vida no siempre sigue, que hay dolores calcinantes. Ausencias imposibles de camuflar entre la aparente tranquilidad de los días.
En un país con 99,729 personas desaparecidas (según cifras oficiales del Gobierno) es imposible no pensar en todas las fosas que atraviesan al país, en la impunidad, en los hogares donde siempre hay una silla en falta.
Escribo esto el 26 de septiembre, el día que se cumplen 10 años de Ayotzinapa. Escribo esto luego de asistir a la manifestación conmemorativa y, en medio de la lluvia, sentir el peso de una violencia que lejos de aminorar recrudece cada día y se expande por todo México como una víbora de hierro que lo tritura todo. Escribo esto mientras Sinaloa se deshace en las manos del narco.
Entonces pienso en Fernanda Valadez y su película Sin señas particulares, que narra la historia de una mujer que busca a su hijo luego de que este desapareciera tras ir en busca del “sueño americano”. En el recorrido que Magdalena, la protagonista, realiza se encuentra con un montón de personas heridas de diversas formas por la violencia que se experimenta en el país.
La migración, el acoso a las personas jornaleras, el abonado, la pobreza, la impunidad, la muerte, la desaparición y los procesos de reclutamiento de los cárteles, son algunos de los temas que esta cinta aborda. Además, se trata de una peli creada casi totalmente por mujeres; eso explica, por ejemplo, la sensibilidad que tiene para abordar la búsqueda y la soledad de los personajes.
Con la excelente actuación de Mercedes Hernández en el protagónico, el largometraje muestra en pantalla a una mujer que nunca cae en la caricaturización de nada. Al contrario, la directora tuvo el tino de regalarnos a un personaje que atraviesa su dolor en una especie de estado de shock; como si simplemente avanzara entre la neblina en busca de su hijo, pero aún así es imposible no sentir su dolor y el empuje que la mantiene en marcha a pesar de la precariedad, del hambre.
Además de una fotografía sumamente cuidadosa, Sin señas particulares recorre las cicatrices de un territorio asolado por la muerte y tiene la empatía necesaria para hacerlo sin revictimizar, ni ridiculizar, ni aleccionar a nadie, como sucede en otras películas donde, en el deseo de impactar a la audiencia, caen en dramatismos innecesarios que le restan dignidad a las historias.
En este caso, se trata de lo contrario: una película digna en todo momento, respetuosa, que se acerca al tema con la suavidad de quien sabe reconocer el dolor ajeno.
Sin duda, es una película necesaria hoy más que nunca. Esperemos que algún día estas historias ya no tengan nada que ver con nuestra realidad, que nunca más deba hacerse una película así. Mientras tanto, no dejemos que la memoria se gaste: ni perdón ni olvido, hasta encontrar a todos y todas las que nos faltan.