“Abriendo los puños”, de Kira Kovalenko: un ensayo sobre la libertad
Levántate y grita
“Mi personaje principal es una prisionera de su familia, una prisionera de su cuerpo [...] Está atrapada en el estrecho abrazo de sus familiares. Lo único que realmente quería decir con esta película es que es hora de romper con este abrazo "
-Kira Kovalenko.
Recién vi Unclenching the Fits (Abriendo los puños), de la cineasta rusa Kira Kovalenko. Y no te voy a mentir, me provocó un ligero ataque de nervios. Es una cinta poderosa, que me llevó por una especie de caverna donde no dejaba de descubrirme a mí misma a través de la protagonista. Es un largometraje sobre la búsqueda de la libertad, sobre el deseo rabioso, enloquecido, de gritar, de vivir, de morder.
Entre otras cosas, este filme toca temas tan rasposos como la relación padre-hija, las venenosas herencias familiares, la violencia patriarcal y el dolor. Pero, antes de seguir, te cuento rápido que es la historia de Ada, quien vive atrapada en la casa de su padre, un hombre sumamente controlador que ha escondido su pasaporte y sus papeles para que ella no pueda escapar. Además, la protagonista tiene dos hermanos, uno pequeño que la persigue por todas partes y uno mayor que, aunque se fue del hogar familiar, vuelve para ayudar a su hermana a huir.
Aunque la premisa suena como algo bastante convencional, los ambientes asfixiantes y las actuaciones hacen de Abriendo los puños una joya a la que me vi en la necesidad de dedicarle una sesión con mi terapeuta por todos los temas que abrió dentro de mí. Y es que es otra de esas pelis que amo, esas que le hablan al cuerpo, que se enquistan, que comienzan lo más profundo de su viaje cuando ya han terminado y se quedan contigo hablando en la madrugada.
En una sola frase
Si te pones un poquito pesada conmigo y me pides que resuma la peli con una frase o algo por el estilo, sin pensarlo te recito este fragmento de Cuando las mujeres fueron pájaros, de Terry Tempest Williams: “Estoy creciendo más allá de lo que me han condicionado, rompiendo con lo que me estaba rompiendo a mí”. Esta es la médula de la historia: una mujer junta todas sus fuerzas para ser más, mucho más, de lo que le han contado que puede.
La relación padre-hija: un dolorcito en el pecho
Sobre la relación con el padre, esta película me hizo reflexionar en torno a dos cosas principales:
1.- La traición: inmediatamente pensé en mi queridísima Viviane Gornik, quien en su libro Apegos feroces plantea las diferentes vertientes de la traición hacia la madre y hacia la familia. Esta traición, se entiende, no es otra cosa que la búsqueda de autonomía, que la valentía para ser una misma más allá de los mandatos o las tradiciones.
Qué duro es romper con todo lo aprendido.
Qué doloroso lidiar con el rechazo, el juicio o la recriminación de aquellas personas que significan tanto en tu vida.
Qué poderoso es tragarse todo el miedo y gritar nuestro nombre en medio de otro desayuno familiar.
Esto es algo que la cineasta retrata perfectamente en la cinta: Ada, quien solo intenta ser una mujer adulta autónoma, debe enfrentarse a su padre y su hermano, quienes la culpan por querer abandonarlos. Nosotras sabemos que el meollo no es soltar a nadie, sino agarrarnos a nosotras. Y eso hace Ada, se sostiene a sí misma con todas las fuerzas que le quedan.
2.- Aprender a mirar al padre como algo más que un papá: desde el inicio, la protagonista muestra el recelo que siente hacia su padre, quien incluso le prohíbe usar perfume o llevar el cabello largo. El rencor de Ada hacia ese hombre es tanto que en algún momento, para regocijo de Lacan, incluso piensa en matarlo.
Con el paso de los minutos, una no puede sino apoyarla en esa rabia. Desear que el papá desaparezca de alguna forma catastrófica para que ella, al fin, sea libre de sus garras. Pero, poco a poquito, la humanidad de ese hombre refulge, y no desde la cursilería, sino desde la crueldad más absoluta: la de la vejez, la enfermedad, la humanidad misma.
Eso me remite muy cañón a La cabeza de mi padre, de Alma Delia Murillo, un libro increíble donde la autora narra las ambivalencias en la relación con su papá. En alguna parte escribe sobre cómo ella y sus hermanos le decían a la gente que su padre había fallecido, con tal de no explicar la verdad: "Es más digno tener un padre muerto que un padre que no te quiere, y duele menos".
Tanto en la peli como en el libro de Alma Delia, ambas mujeres atraviesan por un proceso muy caótico en el cual aprenden a mirar a sus padres como seres humanos llenos de fallas, de heridas, de imperfecciones y, en algún punto, les disculpan. Les otorgan un perdón que viene del entendimiento, no de la justificación; un perdón que las deja a ellas en libertad.
Sobre esto, en otra parte de su libro, Alma Delia dice: “Vete a la mierda y descansa en paz. Te amo papá”.
La asfixia patriarcal
La cinta también retrata las muchas formas en las que el patriarcado daña los cuerpos de las mujeres; las muchas formas en las que los somete, los rompe, los enferma, los infantiliza y los encarcela.
A la protagonista, constantemente le dicen que no es una mujer completa. Y ella esconde sus cicatrices, avergonzada de su monstruosidad. Hay una escena sexual, muy fuerte, donde ella se encuentra con un hombre y se sorprende cuando él mira las marcas de su cuerpo y, en lugar de escapar, las besa. “Estoy jodida, como torcida”, le dice ella. “Me gusta lo torcido”, responde él.
Honestamente, es una de mis escenas preferidas. Lo que más me gusta es que ese sujeto también acaba por decepcionarla (como casi siempre sucede). Es decir, no hay un acercamiento al amor para volverlo el centro de la vida de Ada. La mirada del ser amante funge como otro puente para que la protagonista se reafirme en sí misma, en su deseo, en su libertad.
Y como chismecito, te cuento que hay otra escena que me parece bru-tal. Y es una donde al padre de la protagonista le da un calambre en los brazos, de tal forma que sus manos acaban por aprisionar a la protagonista en un abrazo enfermizo; como si fuesen dos siamesas, el padre es llevado al hospital con Ada pegada a su cuerpo. Esta me parece la metáfora de toda la película: Ada que intenta liberar su cuerpo, romper con los mandatos del padre y patalea para escapar de eso que, más que un abrazo, pareciera una mordida, una puñalada.
Es entonces cuando el nombre de la cinta hace todo el sentido: por un lado, la necesidad de aflojar los puños del padre para que ella escape hacia sí misma; por otro, están los puños de ella cuando alcanza su cometido, cuando la guerra termina. Y es que no me dejarás mentir, pero cuando aprendiste a vivir en guerra, es jodidamente complicado aprender a bajar las armas, dejar de huir, aflojar la defensiva.
Abriendo los puños se planta en este mensaje, en lo inminente que es aprender a dejar de pelear. Soltar la rabia. Soltar la basura. Vivir más allá de las heridas. Mirarnos con otra luz que no sea siempre la del dolor.
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