Estoy leyendo Pura pasión, de Annie Ernaux ―ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2022―. Es un libro muy breve donde la autora habla de lo mucho que se obsesionó con un hombre casado. Annie desmenuza su lujuria absoluta por un tipo que la llamaba a veces, que la quería a ratos, que la hacía sentir pequeñita y le regalaba una atención limitada.
Aún con todo, Ernaux se enamoró hasta el fondo. Esperaba todo el día junto al teléfono por si aquel hombre se acordaba de llamarla. Sus actividades eran tiempo de relleno que usaba como extensiones de su espera, de su deseo impaciente por volver a besar a su amante.
Agradezco mucho a la autora por escribir un texto así, porque es algo que muchas veces me llena de vergüenza. Especialmente en los círculos feministas o intelectuales, donde no es fácil aceptar cuando me siento terriblemente vulnerable frente a un hombre.
¿Cómo es posible después de tanta teoría? Resulta que luego de cientos de libros, seminarios y conferencias, a veces me veo a mí misma en posición fetal en espera de un mensaje, de una interacción mínima que me devuelva inmediatamente la alegría, la fe en la vida.
Y es tan fácil sentirme estúpida, tan tonta, tan insignificante, porque me enseñaron que las mujeres fuertes, “empoderadas”, inteligentes, no deben sentirse así por un amor, mucho menos por un hombre. Lo cierto es que, sea lo que sea, estas cosas le suceden todos los días a cientos de mujeres, y muchas lo atravesamos en silencio porque nos arrastra la vergüenza, la culpa, la sensación de estar solas en el mundo.
Por eso me parece fundamental que se escriban libros así, donde una catedrática y escritora distinguida me mira de frente para decir: “Yo también lloré mientras lavaba los trastes porque el hombre que yo amaba no me quería de la misma forma, y aún así me quedé”.
Vivian Gornick, en Apegos feroces, posicionada desde el feminismo, también habla de estos temas y declara lo doloroso que le resulta relacionarse con varones, lo frágil que se siente. Algo muy valioso de ambas escritoras es que ninguna intenta teorizar o señalar si está bien o mal, si es una enseñanza del patriarcado o tal; simplemente se sinceran y eso es monumental, porque me ayuda a sentirme acompañada.
Te cuento que hace poco volví a hablar con un hombre al que me juré no responderle ningún mensaje nunca más. Y, sin embargo, lo hice. Fue tanta mi vergüenza que se lo oculté a mis amigas, incluso a mi terapeuta. Luego comprendí que dejarme llevar por esa culpa solo me aislaba más. Me estaba arrastrando de nuevo al silencio y la vergüenza de la que tanto me costó salir. Entendí que el feminismo debería funcionar como una herramienta para nuestra liberación, no ser otra arma para hacernos sentir inadecuadas en el mundo.
Por eso me parecen tan fundamentales los libros así, donde las mujeres rompen el tabú dentro del propio feminismo que nos orilla a creernos unas traidoras cuando caemos idiotamente enamoradas de algún hombre; cuando volvemos a ser infantiles, caprichosas, con los ojos hinchados y los mocos en un rostro que se supone debería ser siempre fuerte y coherente y listo para acabar con el patriarcado de raíz.
Ahora recuerdo una clase con la pensadora y feminista Brigitte Vasallo, quien nos dijo: “Las feministas deberíamos de darnos más permiso de ser humanas”. Y eso me parece esencial. Necesito darme el permiso de ser estúpida, de embobarme como adolescentes por quien no debo, de llorar, de decir cosas funables, de no sostener siempre la coherencia, de no andar por la vida tan sana, tan llena de herramientas. Siempre la más responsable afectivamente. La más asertiva. La que nunca se enfada. Siempre lejos de permitirme fallar.
Pura pasión no busca adoctrinar, no romantiza nada, no sugiere nada. Solo es una mujer que cuenta su historia y eso es suficiente. Es como si pidiera: “Habla. Suelta la vergüenza. Tienes derecho de contar tu historia, sea cual sea”.